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Como reconocer el verdadero amigo

Más allá de «la amistad en Aristóteles»
Vamos a explorar el núcleo de lo que es la amistad en Aristóteles, porque nos interesa saber qué es un buen amigo, para poder tenerlo o saber que ya lo tenemos.


Por: Luis F. Hernández, L.C | Fuente: http://www.regnumchristi.org/ Revista In-formarse No.54



En este brevísimo artículo no resumiremos lo que ha escrito Aristóteles sobre la amistad. Se pueden consultar decenas de resúmenes en español sobre la “amistad en Aristóteles”. Es muy fácil encontrarlos con Google.

 

Vamos a explorar el núcleo de lo que es la amistad en Aristóteles, porque nos interesa saber qué es un buen amigo, para poder tenerlo o saber que ya lo tenemos.

 

¿Qué es la amistad?



Demos una definición. La amistad es la benevolencia (ε?νοια) recíproca y manifiesta entre dos personas que se fundamenta en la virtud.

 

Sí, así piensa Aristóteles: la verdadera amistad se basa en la virtud. Por eso, hace falta conocer qué es la virtud para Aristóteles, para captar bien a qué se refiere con una amistad basada en la virtud.

 

Disposición vs. Hábito



Para el filósofo griego la virtud es un hábito digno de alabanza, fuertemente arraigado en la persona. Lo interesante es que Aristóteles afirma que no es lo mismo un hábito que una disposición. Por ejemplo, no es lo mismo ser obediente a las leyes civiles y, por tanto, tener el hábito de la obediencia, a tener una cierta inclinación a obedecer, pero que no es todavía muy fuerte. «Pasarse un alto una vez al año no hace daño...». Si alguien actúa así no lo llamamos para nada virtuoso, porque el que es virtuoso tiene hábitos fuertes para obrar el bien.

 

Y dice nuestro filósofo: «un hábito es más sólido y más duradero que una disposición». Mientras el que es obediente lo hace siempre, salvo rarísima excepción, el que obedece hoy sin ser realmente obediente, no ofrece garantías de serlo mañana, porque quién sabe si le apetecerá.

 

Por eso, la amistad auténtica se basa en la virtud, porque solo así puede ser duradera. La amistad que no es para siempre, no puede ser una verdadera amistad. Para eso existen otros nombres en español: compañerismo, camaradería, simpatía, cariño, aprecio, etc.

 

La verdadera amistad se basa en el bien

 

Hasta aquí la teoría. A nadie le preocuparía reflexionar sobre la amistad, si al fin y al cabo no fueran nada más que discursos políticos, psicológicos o religiosos. El interés sobre la amistad está en que todos la necesitamos.

 

Solo la virtud es estable. Lo demás se lo lleva el viento: la ambición, el placer, el gusto, el dinero o el poder. Si quieres tener un amigo verdadero te conviene que sea un hombre bueno. Solo el hombre que vive para hacer el bien puede mantenerse firme en su decisión. El que elige hacer el mal, hoy hace una cosa y mañana se contradice, porque el mal implica siempre una división interna. Y donde hay división hay inestabilidad y donde hay inestabilidad no puede existir una verdadera amistad.

 

¿Existe en serio sobre esta tierra una amistad así? Parece que no. Todos conocemos hombres buenos, pero no tan buenos que no fallen alguna vez. Cuando decimos que «Pepe es bueno» no queremos decir que Pepe sea el bien mismo y que no tenga ni sombra de error. Queremos decir que es habitualmente bueno. Tiene un hábito bueno para hacer el bien.

 

La gran pregunta es: ¿cuántos Pepes existen en el mundo? Y si los hay, ¿uno de ellos es mi amigo? O ¿quizás Pepe está leyendo ahora mismo este escrito?

No sabemos el número exacto de Pepes que hay en el mundo, como tampoco sabemos el número exacto de estrellas que hay en el universo. Lo cierto es que necesitamos al menos un verdadero amigo. O algún otro necesita que lo seamos. ¿Quiénes son los falsos amigos y quiénes los auténticos?

 

Vivir según el bien o la virtud es algo humano. Ni los perros ni los gatos pueden ser virtuosos. Y eso se debe a que la virtud tiene una condición: que un ser libre elija ser bueno.

 

Por eso, cuando se dice que «el perro es el mejor amigo del hombre», en realidad significa que la relación entre un dueño y su mascota es parecida a la amistad humana y–esperemos– no al revés. Y lo mismo sucede con todos los que llamamos amigos, pero que no cumplen con las condiciones que hemos dicho: son “conocidos” y, por eso, los llamamos “amigos”, porque nuestra relación con ellos tiene un cierto parecido con la amistad.

 

Las amistades “interesadas” tampoco son verdaderas amistades, porque no se ama al “amigo”, sino sus bienes o su influencia o incluso su gracia... pero no a él o a ella en particular. La prueba está en que si, por cualquier causa, ya no te causa interés, ya no tiene recursos o ya no te resulta gracioso, le dejas de hablar y con el tiempo lo olvidas.

 

Tiene sentido que digamos que la amistad verdadera se basa en el bien, porque solo amamos las cosas buenas, solo amamos el bien y no el mal. Si amamos algo malo, es porque está envuelto con la máscara del bien, pero sin ser de verdad algo bueno. Obviamente que lo difícil es saber qué es lo bueno en todas las cosas. Y para saber lo no hacen falta las matemáticas: ha habido hombres buenos en la historia que no sabían ni leer; por ejemplo, ¡antes de que se inventara la escritura!

 

Hablando del bien... ¿y si un amigo se equivoca?

Empezamos hablando de la amistad, y ¡terminamos hablando del bien! Y con razón, porque no se puede ser amigo del mal. La amistad es recíproca. Puedo amar a quien no me ama. Eso se llama gratuidad y benevolencia, pero no amistad. Puedo amar a una persona que parece buena, pero no lo es. Eso es un gran acto de benevolencia, pero no puede ser una amistad. No debería sorprender a ningún lector lo siguiente: si un día llega alguien que dice ser amigo tuyo y te pide hacer algo indebido, el verdadero amigo no solo no hará lo que le pida, sino que lo corregirá. Si realmente te interesa tu amigo y no las ventajas que puedas sacar de tu relación con él, entonces querrás su bien y no una mera apariencia de bien.

 

Escribió san Agustín: «Se pueden obrar muchas cosas que tienen la apariencia de bien y que no proceden de la raíz del amor. También los espinos tienen flores: algunas cosas parecen ásperas, algunas parecen duras; pero se hacen para la educación bajo el dictado del amor. De una vez por todas se te da un breve precepto: ama y haz lo que quieras; si gritas, grita con amor; si corriges, corrige con amor; si perdonas, perdona con amor. Cuando la raíz está dentro del amor, a partir de fundamento no puede haber nada más que bien».

 

Después de todo lo dicho no nos extraña que la verdadera amistad sea como los diamantes en el mundo: preciosos y quizás escasos. No por nada Cicerón escribió que «quienes suprimen la amistad de la vida es como si apartaran el sol del mundo».

 







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