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Reflexión del evangelio de la misa del Viernes 24 de Febrero de 2017

Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre
El divorcio es la consecuencia de no comprender el sentido original del matrimonio


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo Coadjutor de la Diócesis de San Cristobal de las Casas |



Eclesiástico 6,5-17: Un amigo fiel no tiene precio
Salmo 118 “Señor, guíame por la senda de tu ley”
San Marcos 10,1-12: “Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”

 

Asunto difícil el que le plantean a Jesús, sobre todo por la legislación que imperaba en el mundo judío. La pregunta no es si puede haber divorcio, sino si el hombre puede divorciarse de su mujer. Casi daban por descontado que había divorcio, pero sólo por parte del varón. Ya desde el Deuteronomio se hablaba de que el hombre podría repudiar a su mujer casi por cualquier minucia, aunque después algunos expertos de la ley discutían los motivos razonables para abandonar a la mujer.

 

Jesús va mucho más allá. No se engancha en dirimir las interpretaciones de la ley, sino que va al fondo de la cuestión: la solución que ofrece Moisés en el Deuteronomio es por la dureza del corazón. Pero el proyecto original de Dios no es una discriminación de la mujer, sino la igualdad de varón y mujer para hacerse imagen y semejanza de Dios.



 

El Papa Francisco en “La Alegría del Amor” nos insiste en que el matrimonio es el sacramento del amor y expresa la presencia viva de Dios en medio de quienes desean compartir sus vidas, unificadas por el amor mutuo; tal relación se fundamenta en el conocimiento profundo mutuo de las dos personas, en la ruptura de los estrechos límites del egoísmo para dar paso al compartir, a la amistad, al afecto, al encuentro íntimo de los cuerpos; por ello Jesús recuerda a los fariseos el elemento esencial de la unión matrimonial: Ser una sola carne, un solo ser, una sola persona. Ser “uno solo” significa que los dos son responsables de mantener vivo el amor primero; significa que son iguales, que no hay uno más importante que el otro, sino que cada uno, con su propia identidad, forma parte indispensable de este proyecto de amor; por tanto, el divorcio es la consecuencia de no comprender el sentido original del matrimonio, de poseer un “corazón de piedra” incapaz de amar a Dios - quien es el prójimo por excelencia-; de no abrir el corazón al perdón, a la ternura y a la misericordia con el otro.

 

Es necesario un “corazón de carne” para que el amor conyugal sea fuerte e indisoluble. Hoy también fácilmente se cae en la tentación de uniones libres, de divorcios al vapor o de actitudes discriminatorias. ¿Qué nos dice Jesús para nuestra sociedad? ¿Estamos viviendo el amor de pareja en el proyecto original que Dios pensó para la humanidad?

 









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