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Reflexión del evangelio de la misa del Viernes 5 de Mayo de 2017

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida
Las experiencias más sublimes pasan por las apariencias más pequeñas. Así es con Jesús: viene a nosotros como insignificante para transformarnos en su misma vida.


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |



Hechos 9,1-20: “Es el instrumento escogido por mí, para que me dé a conocer a las naciones”
Salmo 116: “Que aclamen al Señor todos los pueblos. Aleluya”
San Juan 6, 52-59: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”

 

Si pensamos en la posibilidad de unión de dos cuerpos, no encontraremos una unión tan profunda como el alimento que se convierte en parte de quien lo come. Por los procesos digestivos y con la maravillosa dinámica de la integración, el alimento da vida, sostiene y viene a integrarse a un cuerpo vivo. Quizás por esto Jesús se quiere quedar como pan, como alimento, para demostrarnos que su amor es tan grande que viene a ser parte de nosotros mismos. Para sus oyentes es señal de una locura que no son capaces de aceptar. Pero para Jesús es la manifestación  más grande de amor: hacerse parte de nosotros. Y es que comer a Jesús no implica solamente tomar el alimento, sino que con sus palabras, Jesús nos manifiesta la necesidad de escucharlo dispuestos a aceptar su mensaje y a   dejarnos transformar por Él y en Él.

 

Comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús es aceptar a Jesús en todas sus dimensiones y en todos sus proyectos. No es el alimento superficial que se desecha después de haberlo comido. Es aceptar que Jesús se meta en nuestro interior y en nuestras entrañas y nos transforme desde dentro. Más que convertirse el alimento en nosotros, nosotros nos convertimos en Cristo. Las experiencias más sublimes pasan por las apariencias más pequeñas. Así es con Jesús: viene a nosotros como insignificante para transformarnos en su misma vida. Si meditáramos esto cada vez que escuchamos su Palabra y que comulgamos su Cuerpo, tendríamos una fuente de vida en nuestro interior que brotaría espontáneamente y se manifestaría en un amor constante hacia los hermanos. El Cristo encarnado se hace cada día más carne en cada uno de nosotros y dignifica y libera a todas las personas. Las palabras de Jesús son provocativas y nos llevan a lo máximo de la revelación de sí mismo: Aquel que ha bajado del cielo es el pan de la vida porque es el Crucificado. Por eso comer el pan es creer en el muerto y resucitado. Es insertarse en esa dinámica de liberación y de salvación para la que Cristo fue enviado. ¿Nos atreveremos nosotros a alimentarnos de ese Pan de Vida?



 







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