Mi carta de recomendación
Por: Luis Eduardo Rodríguez Alger | Fuente: http://lcblog.catholic.net
“No les tengáis miedo, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos.” (Mt 10,26-33 / XII Domingo Ordinario)
En estas últimas semanas muchos colegios han cerrado su curso 2016-2017. Nos ha tocado acompañar a muchos seniors es su último año de escuela. Ahora ya les toca zarpar a nuevas aguas para empezar sus estudios universitarios. Y una de las cosas que más me llamaba la atención era la cantidad de cartas de recomendación que andaban solicitando. Claro, todos sabemos que no todas las cartas valen lo mismo: no da igual que te escriba una carta de recomendación tu abuelita, que cree que sos un angelito bajado del cielo; a que te la firme el director del colegio, conocido de manera especial por su rigidez y severidad. Para cualquier universidad, la segunda tendría “un poco” más de peso… ¡Qué peligro, en cambio, si ese mismo director escribiera a la universidad a la que estás aplicando para decir que sos una vergüenza de estudiante y desprestigiarías a cualquier universidad que te acogiera!
Para todos estos jóvenes recién graduados, su mayor preocupación es ser aceptados en una buena universidad, y conseguir la mejor beca posible. Para eso se requieren méritos personales y algún que otro contacto… Cualquiera daría lo que fuera por ser recomendado a una universidad por uno de sus más egregios exalumnos o por uno de sus fundadores o por uno de sus dueños. Creo que, ante una recomendación de tanto peso, cualquier universidad accedería de inmediato.
No todos los hombres tienen la oportunidad de asistir a la universidad, pero todos, ¡TODOS!, tenemos un examen de admisión al final de la vida. De ese examen depende mucho… no estoy hablando de 4 ó 5 años de estudios ni de una carrera ni del trabajo que quiero conseguir… De ese examen de pende toda la eternidad: ¡para siempre, para siempre, para siempre…! Y para pasarlo también se requieren algunos méritos personales y, sobre todo, tener buenos contactos. ¡Y qué mejor contacto que el del dueño de la casa!
Él lo dijo; no me lo estoy inventando yo. “A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos.” Si Jesús nos quiere con Él, en el cielo, ¿alguno cree que el Padre le va a negar ese deseo? Que no se diga más. Ya sabemos qué tenemos que hacer para pasar el examen final con éxito.
Llevemos la frente en alto, proclamando el nombre de Jesús a los cuatro vientos; seamos buenos hijos de Dios, buenos hermanos de Jesús… y vivamos orgullos de serlo. Porque así, Él nos tendrá listo nuestro cuarto allá en su casa. ¡Ánimo, a extender el Reino de Cristo! No vaya a ser que, por mensos, en lugar de recomendaciones, sólo nos esperen rechazos en la puerta del cielo.