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Técnicas impropias de diálogo en comunidad
El diálogo no debe entenderse como un medio para comunicar, sino un medio por el que se transite y enriquece la vida consagrada compartida con los demás.


Por: Germán sánchez Griese | Fuente: Catholic.net



Este mundo nuestro que nos salpica.
La consagración bien sabemos que no es huída del mundo, ni camino para hacer e bien a los demás. “No se abraza la vida consagrada en primer lugar para hacer cosas buenas, porque hoy pueden hacerse de diversas manera, sino para estar delante de Dios, como lo ha estado su Hijo, con la exclusividad de la orientación de los afectos, los deseos, los proyectos y las expectativas.” Y así, las personas que abrazan la vida consagrada no dejan de ser personas, por el sólo hecho de consagrarse.


Ésta que podría parecer una verdad de perogrullo, cuya evidencia es manifiesta y saldrían sobrando las disquisiciones teológicas y filosóficas para demostrarlo, parece que ha sido olvidada por muchas de las personas consagradas, y más específicamente por aquellas que Dios las ha constituido como guía en la formación o en el gobierno de sus hermanas. Mujeres que se olvidan que tienen entre sus manos un tesoro en vasija de barro. Y de este olvido surgen muchas veces las dificultades para vivir la vida consagrada. Dificultades que pueden ser principalmente de dos tipos.


El primer tipo son aquellas formadoras o superioras que sobrestiman a la mujer consagrada. Debido a una falsa antropología piensan que la mujer consagrada por el hecho de su consagración se hace invulnerable a las tendencias propias de su naturaleza y a los reclamos del mundo. Son congregaciones que exponen innecesariamente a sus religiosas a condiciones de trabajo apostólico o de vida en las que algunos elementos de la vida consagrada no son respetados, corriendo el riego no sólo de la pérdida de la vocación, sino de un fracaso moral.


El segundo tipo viene representado sobretodo por aquellas congregaciones que no han sabido incorporar adecuadamente los elementos sugeridos por el Magisterio para la adecuada renovación de la vida consagrada y se han cerrado en sí mismas, sin tomar en cuenta los signos de los tiempos, adaptando todos aquellos elementos que deberían adaptar. Ven por tanto a la naturaleza humana como un elemento que se debe combatir, sin buscar la racionalidad de dicho combate. Se han quedado con elementos ascéticos buenos en sí mismos, pero sin una aplicación adecuada a los tiempos y circunstancias actuales. Corren el peligro de ahogar a la mujer consagrada en un moralismo a veces exacerbado y en no acercar vocaciones al Instituto.


Es necesario tomar en cuenta la naturaleza humana y la influencia que el mundo ejerce en las mujeres consagradas para ayudarlas a vivir gozosamente, con equilibrio y ponderación, la consagración que han hecho a Dios de sus vidas. Quien tiene sobre sí el peso de la formación o el gobierno de las congregaciones como un profeta que aguza la vista, deberá saber e interpretar los signos de los tiempos para darse cuenta como el mundo actual influye sobre las comunidades. Los medios de comunicación social, los estilos de vida alejados de los valores evangélicos, el laicismo rampante con su vertiente de lucha acérrima a todo elemento religioso que pueda mezclarse en el mundo civil van dejando su huella en las personas consagradas y las comunidades religiosas.


Esta huella puede filtrarse en la personalidad de la mujer consagrada y en la fisonomía de las comunidades religiosas. En las mujeres consagradas, esta personalidad puede haberse forjado mucho antes de la entrada al convento y reflejarse en la vida fraterna en comunidad si antes no ha existido una adecuada formación.


Uno de estos elementos que posiblemente afecten más la vida fraterna en comunidad es el egoísmo. “Predomina un estilo de vida del "me siento", "me gusta", "quiero probar"... Se consolida la cultura del amigo-enemigo: o estas conmigo para determinados intereses de tipo afectivo, económico o ideológico, o estás en contra y entonces te combato, y si puedo, te aniquilo con la indiferencia... La comunicación se hace por tanto superficial, reducida sencillamente a la información, a la plática insustancial, incluso entre personas cercanas. Se habitúa a entrar en relación con el otro sólo para una comunicación jerárquica, de interés, pragmática, superficial. Desaparece la comunicación de sentimientos genuinos y profundos, de ideas, fruto de reflexión sobre las cosas esenciales de la vida, de ideales fundados sobre los valores universales.”


Esta tendencia egoísta puede salpicar también a las comunidades religiosas, reduciendo el diálogo a una caricatura. Juan Pablo II en la Evangelium vital ha acuñado el término cultura de la muerte para resumir todas aquellas tendencias egoístas que impregnan nuestra civilización. Es posible quizás que algunos elementos de esta cultura de la muerte se hallen también incrustados en nuestras comunidades religiosas. Cuando el egoísmo hace presa de las comunidades religiosas, bien sea por una falta de formación o porque la congregación ha dejado las puertas demasiado abiertas al aseglaramiento del mundo, el diálogo, expresión de la communio de vida, se reduce a una caricatura. Analizaremos cuáles son las principales manifestaciones de esta forma de egoísmo en el diálogo y la manera en que pueden ser resueltas.


El diálogo, expresión de la comunión.
Al hablar de vida fraterna en comunidad no podemos recordar la teología que sustenta esta realidad. Sin una teología que recuerde las raíces de la vida comunitaria, podemos perdernos en la telaraña de las ciencias humanas que tratan de explicar esta realidad. La libertad, la igualdad, la salud mental, las técnicas de las relaciones humanas, los mecanismos psicológicos o de otras ciencias o valores, tratarán de dar una explicación a la vida de comunidad. Pero estarán siempre limitadas por el aspecto humano. La exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata y el documento Congregavit nos ilustran la teología de la vida fraterna en comunidad al presentarla en primer lugar como un don de Dios. Por lo tanto, antes que ser un fruto humano o de las dinámicas interpersonales, es un don que viene de lo alto, al grado que Vita consecrata en el número 21 llega a presentarla como “un espacio humano habitado por la Trinidad”. Sin esta visión de fe es difícil que las personas consagradas puedan hacer vida el ideal de la vida en común.


Sin embargo, este ideal se encarna en personas humanas. Personas limitadas o potenciadas por sus facultades, por sus pasiones, por sus sentimientos. De ahí la necesidad, muchas veces, de apalancar la vida comunitaria con algunas herramientas de las ciencias o las técnicas humanas. De este hecho brota también la necesidad de que cada miembro de la comunidad cultive un sano control de sí mismo, una sana ascética para evitar que las tendencias negativas en las facultades, pasiones o sentimientos puedan interferir en la vida fraterna en comunidad.
Uno de las manifestaciones más claras de una sana, equilibrada y santa vida fraterna en comunidad es el diálogo, entendido no sólo como la comunicación de ideas, vivencias o sentimientos, sino como “un discurso alternado entre dos o más personas que sirve para dar la posibilidad de construir relaciones afectivas y de gran valor.”


Siendo la vida fraterna en comunidad un ideal por vivir unos mismos ideales en la vida, el diálogo viene a ser el vehículo adecuado para expresar esta vivencia común de ideales. El diálogo por tanto no debe entenderse como un medio para comunicar, sino un medio por el que se transite y enriquece la vida consagrada compartida con los demás. De aquí que el diálogo no quede reducido a una técnica de las ciencias humanas, sino a una expresión de un don de Dios, como lo es la vida en comunidad.


Pero este diálogo, al construirse con personas humanas, no está exento de las debilidades, limitaciones y veleidades del hombre, especialmente si no ha tenido en su infancia, adolescencia o juventud una formación que le haya permitido descentrarse de sus propias tendencias. Dejando a un lado patologías que obstaculizan la vivencia del ideal de vida fraterna en comunidad, uno de los males que más acosan a nuestro mundo y que seguramente influye en las personas consagradas es el individualismo exasperado en el que está viviendo el Occidente, haciendo difícil la comunicación. “La relación con el otro se caracteriza por la cerrazón, la incapacidad de comunicarse, el temor, la sospecha, los celos, la instrumentalización, la hipocresía, el espíritu de contestación, el conflicto. Añadiendo además el ansia, la angustia, la desesperación.” La persona consagrada que no recurre a un constante dominio de sí mismo, o que se deja llevar por sus tendencias o hábitos adquiridos en la vida pasada, puede entorpecer el diálogo en la comunidad, debido a que se deja llevar por el egoísmo que se vive por doquier. Y este egoísmo tendrá muchas manifestaciones que de alguna forma iremos tocando a lo largo de este ensayo.


Escuchar, claridad, humildad, confianza.


Escuchar
El egoísmo, como el amor, no piensa más que en sí mismo. El primero para cerrarse en sí mismo, el segundo para abrirse al Otro y a los otros. “El egoísmo no dice nunca basta; el amor no dice nunca basta. Son dos aventuras del corazón; la primera retiene, la segunda entrega; una exige, la otra se inmola. En un cierto momento, el egoísmo petrifica el corazón.” El amor antes que darse requiere escuchar al otro, conocer al otro, saber quién es el otro. La vida fraterna en comunidad no puede darse si no se escucha adecuadamente al otro. Y la escucha del otro requiere ciertas técnicas, ciertos métodos en los que vienen a nuestro auxilio algunas ciencias humanas, como la psicología y las ciencias de la comunicación.


En primer lugar es necesario escuchar empáticamente. En la comunidad no podemos reducir nuestra escucha a un acto de educación, de cortesía, pero internamente estar desatento, distraído. Escuchar empáticamente significa actuar en la realidad un hecho de fe, que quizás lo sabemos de memoria, pero que rara vez o muy difícilmente lo ponemos en la práctica: es Cristo quien me habla. La forma en la que yo escucharía a Cristo, es la forma con la que debo escuchar a la hermana, sin importar el tema de la conversación o el poco tiempo que tengo a disposición. Muchos de los problemas de la falta de diálogo dan inicio al no saber escuchar. Los datos que almaceno en la mente no son datos objetivos, sino producto de mi descuido, de mi desprecio interno, de mi distracción. Fruto de esta falta de fe al no ver en la hermana que me habla a otro Cristo son los prejuicios que hago de ella. Prejuicios porque la juzgo antes de que me hable. Como me dejo llevar de un juicio que ya he hecho de ella, entonces todo lo que me diga lo paso inconscientemente por el juicio que ha he hecho de su persona y de todo lo de ella proviene.

Si ella es así, entonces me cierro ante todo lo que diga, porque todo lo que ella diga lo pasaré por el tamiz de la opinión que me he hecho de ella. Es un pensamiento negativo que me he hecho de ella que me cierra a toda escucha. Escucho de ella sólo lo que me conviene escuchar, reforzando la mala imagen que de ella tengo. Si esto es así yo tomo para el diálogo lo que negativamente he visto en la persona o he pensado de la persona y el diálogo viene a reducirse a una recitación de la percepción de la realidad que yo he hecho de la persona y de todo lo que me ha comentado.


Estas personas interpretan negativamente no sólo las palabras en el diálogo, sino todo aquello que se llama metalenguaje: silencios, tonos en la voz, cadencia, gestos, mímica, posturas corporales. Hay que tomar en cuenta que en la comunicación el metalenguaje puede ser más fuerte que las mismas palabras, generando grandes conflicto cuando viene a ser malinterpretado.


Por ello es conveniente siempre presentarse al diálogo con una mente abierta, con una mente fresca, poniéndose internamente la pregunta: “¿Qué me está intentando comunicar esta persona?” a diferencia de la pregunta: “¿Por qué me está diciendo esto?”, puesto que en esta pregunta yo ya he hecho una interpretación de su lenguaje y de su metalenguaje.


Un punto sencillo, pero importante para saber escuchar a los demás es el dejar lo que se está haciendo para concentrarse en lo que la otra persona está intentado decir. Las distracciones originan falsas interpretaciones del mensaje que pueden traducirse en diálogos equivocados.


Por último, no está de más el saber renunciar a la propia opinión desde el momento en que se está escuchando a la otra persona, pues cuando la mente no quiere desapegarse de sus propias ideas, la persona busca de todas las formas posible imponer su opinión, por lo que tomará pie de aquello que escucha de la persona, simplemente para reafirmar su propia opinión sin llegar a un intercambio de ideas que es o debería ser el fruto del diálogo.



Claridad
Uno de los aspectos que en la vida fraterna de comunidad se da por sobrentendido y que puede causar grandes problemas es el ser entendido. Se puede pensar inconscientemente, que por el hecho de que se comparten diversas cosas en común, desde el carisma hasta los aspectos más sencillos el vivir cotidiano, toda materia del diálogo queda comprendida entre las partes que participan del mismo. Sin embargo no podemos escapar a la realidad que como seremos humanos, las personas consagradas tienen en sí una forma peculiar de ser, carácter y temperamento, una cultura propia, un pensamiento original, que irremediablemente desemboca en la manera de tratar a las personas, y por ende, en la forma de dialogar.


Los aspectos así llamados sobrentendidos del diálogo son fuentes de equívocos principalmente porque nacen de una falsa concepción de la verdad. La persona piensa que se ha expresado correctamente o piensa haber comprendido el mensaje del interlocutor, originando la distorsión de la verdad que lleva a causar heridas muy fuertes en la relación interpersonal de una comunidad. Se deja al propio criterio la creencia de haber comprendido o de haber sido comprendido. Algunos pequeños consejos podrán ser de ayuda para evitar equívocos funestos.


Es conveniente que la persona tenga un objetivo claro en su comunicación y se pregunte el objetivo de lo que quiere llevar al diálogo. ¿Qué es lo que quiero comunicar en este tiempo libre, en esta recreación, en este paseo o en este viaje en el automóvil? Una Vez clarificado en la mente lo que quiero decir, conviene hacer un mapa mental sobre el itinerario que seguiré para poder transmitir este objetivo. Las personas consagradas olvidan fácilmente entre ellas las reglas de buena educación, con el pretexto de sentirse y saberse en familia. Sin embargo es necesario tomar en cuenta los estados anímicos de la otra persona, el tono que va adquiriendo el diálogo, la cultura de quien o de quienes me escuchan. Un buen conversador sabrá traer a colación un tema en el momento más adecuado sin herir las susceptibilidades de quienes lo escuchan no haber introducido el tema en una forma brusca.


Otro consejo para vivir la claridad en el diálogo es el de no soslayar ni dar por entendidas muchas cosas. “Los grandes fracasos en la comunicación se dan cuando no se comunica información importante.” Creemos haber comunicado nuestro objetivo y muchas veces lo que se ha comunicado han sido cuestiones periféricas que de poco o nada han servido para enriquecer la vida en comunidad. Por ello conviene que la persona aprenda el arte no sólo de darse a conocer, sino de preguntar a los demás que han entendido de aquello que él quería comunicar.


Para aprender a ser claros en la transmisión del mensaje hay que tomar en cuenta, por ejemplo, la diferencia de culturas. No todas las culturas tienen las mismas formas de expresión. Desde las diferencias del lenguaje y expresiones coloquiales, hasta los conceptos, la diferencia cultural puede generar problemas por sobrentender diversas cosas en una conversación. Así, quien quisiera compartir la experiencia apostólica de haber trabajado en las misiones ayudando a las mujeres, por ejemplo a valerse por sí mismas, deberá tener mucho cuidado en no ofender a los interlocutores con culturas en las que la sumisión de la mujer al hombre tiene un cariz diverso al mundo occidental.


Otro aspecto que se debe tener en cuenta para mejorar la claridad es la de conocer el estilo de conversación de los miembros de la comunidad. Hay quien gusta interrumpir el diálogo para asegurarse que está comprendiendo, o para conocer notas periféricas al relato o asunto, pero que para él son de suma importancia. Hay que evitar también los monólogos, en donde el conversador puede quedarse “solo” al final del diálogo, porque nadie ha sido capaz de entenderlo.


Puede darse que en el diálogo alguno de los interlocutores sea sordo y ciego a ese diálogo.”La sordera y la ceguera se ponen de manifiesto cuando uno de los miembros de la comunidad no registra mentalmente lo que en verdad el otro le está comunicando mediante palabras, gestos o signos metalingüísticos.”


Quien quiera tener un diálogo claro evitará las preguntas en exceso en la conversación, ya que pueden poner a la defensiva a la persona que está tratando de comunicar algo. La comunidad deberá a prender a suavizar las formas, de tal manera que las preguntas se lleven a cabo en un ambiente de caridad y de suma amabilidad, para que el interlocutor no se sienta amenazado ni coartado para no continuar el diálogo. De vez en cuando, una pregunta hecha con inteligencia sirve para hacerle ver al expositor que se está interesado en el tema que se está tratando y sirve a su vez para clarificar conceptos.


Tocando el tema de la claridad, no podemos dejar de mencionar que el diálogo debe ser honesto, es decir, debe tener siempre como base la verdad. No pueden construirse comunidades en donde pueda habitar la Santísima Trinidad, como nos lo recuerda Vita consecrata, sin que exista la seguridad que todo aquello que se dialoga este basado en la verdad, sin admitir ambigüedades. En muchos casos se tiene miedo de decir la verdad porque puede correrse el riesgo de dañar la relación o la vida comunitaria. Verdad y caridad no deben estar reñidas. Si bien es cierto que en aras de la vida en comunidad no debe dañarse a otra persona sin una causa justificada, tampoco es cierto que se pueda engañar a las personas o vivir constantemente en mentiras o “medias verdades”. El diálogo debe fundarse en la verdad y construirse siempre en esta base. Es más alto el valor de la verdad que el de la relación, porque una relación basada en la falsedad en una relación mentirosa y falsa que busca complacer más a la otra persona, que a la verdad.


Humildad.
Sin embargo, la verdad no está reñida con la caridad, de ahí que el diálogo debe ser humilde. Se puede ser claro y decir las cosas con la elegancia con la que una abeja roza una flor, o con la torpeza con la que un elefante aplasta un geranio. Decían los latinos suaviter in forma, fortiter in re. Suave en las formas, fuerte en los principios. Lo que se tiene que decir en el diálogo no debe traicionar la verdad, pero se pueden usar formas muy diversas. Para que reine el buen ambiente en la vida de comunidad, es necesario que aprendamos a usar los medios más adecuados y caritativos para presentar la verdad en el diálogo. Nuestros oyentes, nuestros escuchas no deben sentirse ofendidos por aquello que decimos o por aquello que callamos.


La mujer, rica en sensibilidad, posee en sí misma los defectos y las cualidades para vivir la humildad en el diálogo o para destruirla. Por su maternidad espiritual la mujer posee una exquisita sensibilidad que la capacita para acoger, transmitir y hacer que fructifique la vida. Sin embargo esta exquisita sensibilidad es como un arma de doble filo. Si bien por un lado es capaz de cuidar las formas hasta extremos realmente de una delicadeza inusitada, por otro lado su misma sensibilidad le hace ver ofensas en donde sólo se han dado pequeños descuidos o malentendidos. Por ello la mujer consagrada deberá aprender a dialogar siempre cuidando en todo momento las formas para no ofender a los demás y no dejarse ofender por aquello que pueden ser olvidos involuntarios, palabras dichas sin afán de ofender.


A este último aspecto conviene mencionar que la mujer consagrada puede caer en trastornos del pensamiento por su gran sensibilidad, por lo que le conviene estar siempre muy atenta a las interpretaciones que haga de los hechos y de lo que oye, para no perjudicar su equilibrio psíquico. Entre estos trastornos podemos mencionar los siguientes:
- La visión restringida que ve en un solo detalle la base para interpretar un hecho, suprimiendo o minimizando los detalles importantes.
- La abstracción selectiva que es tomar una declaración o un hecho fuera de contexto para llegar a dar una interpretación errónea de la realidad.
- La deducción arbritaria que es el prejuicio que se tiene a una persona, de forma que siempre se emite de ella un juicio desfavorable aunque no haya fundamento alguno para ello.
- La sobregenarilzación que son declaraciones absolutas sobre un detalle y que comúnmente vienen expresadas en palabras como nunca, siempre, jamás...
- El pensamiento polarizado. “O todo o nada”. No admite matices debidas a las circunstancias.
- El extremismo que es la tendencia a exagerar las cualidades o defectos de otras personas y a “catastrofizar” abultando la gravedad de las consecuencias de un hecho particular.
- Las explicaciones prejuiciosas que son las atribuciones negativas que hacen que siempre se encuentre una explicación desfavorable de uno o varios miembros de la comunidad.
- La rotulación negativa que es poner siempre un adjetivo peyorativo a las acciones y a la persona que las ejecuta negando el bien que pueda realizar.
- La personalización que es creer que todas las acciones que se realizan en la vida de comunidad van dirigidas hacia ellos, especialmente las que ellos consideran negativas o desfavorables.
- La adivinación del pensamiento que supuestamente sabe lo que piensan los demás miembros de la comunidad, incluso sabiendo los motivos por los cuales tienen esos pensamientos.


Confianza.
Las tres características del diálogo que hemos hasta ahora mencionado preparan el camino a una cuarta, que es como el coronamiento de todo diálogo. Hemos dicho que diálogo es la participación de la vida fraterna en comunidad. Para que este diálogo sea verdadero tiene que fundarse en la escucha, la claridad y la humildad. La comunidad religiosa que funda el diálogo en estas tres características, sin darse cuenta está ya poniendo en práctica una cuarta: la confianza. No se puede hablar de verdadero diálogo si no es generado por la confianza de los interlocutores. Quien dialoga sin tener verdadera confianza en la comunidad, participa desde ahora de la vida de la comunidad. Sus miedos o temores, sus reticencias le impiden participar plenamente en la comunión de vida, que se expresa a través del diálogo. Pero éste sólo se construye en la confianza cuando a su vez se ha trabajado en l a escucha, la claridad y la humildad.

Esta confianza se basa en una realidad humana y sobrenatural: saber ver en cada uno de los miembros de la comunidad a otro Cristo. Veo la persona con sus defectos y cualidades. No puedo estar ciego a sus deficiencias ni a sus virtudes. Como persona humana también siento lo que en la convivencia pueda hacerme de bien o de mal, pero sé confiar en él o en ella porque veo más allá del aspecto humano.


El aspecto humano, del cual no nadie puede prescindir, sirve de trampolín para que pueda apreciarse la realidad sobrenatural del hermano, al considerarlo como un representante del cuerpo místico. De esta visión sobrenatural nace un diálogo basado en la confianza, pues ya no es el hombre en el que se deposita el diálogo, sino en otro Cristo. De ahí que las relaciones deben quedar siempre ungidas por una bondad de corazón que lleve a pensar y hablar siempre bien de los miembros de la comunidad y a silenciar y disculpar sus fallos y defectos. No se pide ser ciego frente a ellos, sino ponderar más sus cualidades.


La confianza en el diálogo permite el crecimiento espiritual y humano de la comunidad, pues nadie se presenta como mejor o peor, sino como igual, deseoso de colaborar en la santidad del otro. Confianza que lleva a un diálogo en donde cada uno aporta lo mejor de sí mismo porque se sabe que no será juzgado, que no será menospreciado, que será verdaderamente tomado en cuenta por lo que es y no sólo por lo que se espera que él sea. Y de esta forma todos aportan a una convivencia pacífica y fraterna que mediante el diálogo se nutre y se enriquece.


Estas cualidades del diálogo –escucha, claridad, humildad y confianza– deben cultivarse. No nacen solas, no se dan sin un programa comunitario e individual en donde cada uno debe empeñarse por limar aquellos aspectos que no van de acuerdo con las características del diálogo. Mediante un trabajo serio y esforzado podrán conseguirse comunidades en donde el diálogo sea la transparencia de una vida consagrada vivida con gozo, serenidad y alegría.

En su comunidad, ¿qué medios han ayudado para
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Bibliografía

Pier Giordano Cabra, La missione nella Esortazione Apostolica, en Aa,Vv., Vita consacrata, Studi e riflessioni, Rogate, Roma, 1996, p. 193.
Un buen resumen sintético de los elementos más importante de la vida consagrada los podemos encontrar en el documento emanado por la Congregación para los religiosos e institutos de vida secular, Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida consagrada. Su objetivo es ofrecer una síntesis clara de las enseñanzas de la Iglesia sobre la vida religiosa, en un momento particularmente importante, como lo es el posconcilio.
Para un análisis exhaustivo de este tema, recomendamos la lectura de la exhortación apostólica Evangelio testificatio de Pablo VI, publicada el 29 de junio de 1971. En ella, se recogen los elementos esenciales de la vida consagrada y se dan las pautas necesarias para llevar a cabo la adecuada renovación de la vida consagrada, basándose en un adecuado discernimiento y una sana prudencia.
No hay que tener miedo a hacer buen uso de este término. La falsa o inadecuada renovación ha querido darle al término gobierno la interpretación de una expropiación de la personalidad. Sin caer en el otro extremo de la manipulación de las voluntades, hay que recordar, como menciona la exhortación apostólica postsinodal Vita consacrata, que la última palabra en la toma de decisiones toca a las superioras. Renunciar a esta obligación es dejar que la congregación vaya sin un rumbo fijo, sin un proyecto claro y definido.
Vittore Mariani, Pedagogia della vita comunitaria, Editrice Ave, Roma, 2001, p. 10 13.
Ibidem., p. 49 – 51.
Ibidem., p. 12.
Mazzolari, en Francisco Berra, Venid y veréis, Editorial Nueva evangelización, México, D.F., 1999, p. 150
Aaron T. Beck, Con el amor no basta, Ed. Paidós, Barcelona, 1998.
Op. cit.
Para ahondar en este tema de la maternidad espiritual y su desarrollo en la Iglesia de los inicios del Tercer Milenio, recomendamos la lectura del siguiente documento: Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, 31.5.2004.

 

 

 

 



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