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Tienes derecho… ¿a permanecer callado?
Tenemos la obligación de denunciar el mal


Por: Mónica Muñoz | Fuente: Catholic.net



En la actualidad, parece que ya no es posible expresar una opinión diferente a la de otro, sin ser objeto de insultos por pensar distinto a lo que algunas minorías dicen que es correcto. Todo el mundo se siente con derecho a rebajar a los demás, con el pretexto de sentirse agredidos. Y si alguna persona se atreve a corregir a otra, le llueven improperios.

¿Cuál es la raíz de todo esto? Hace no muchos años, la sociedad dictaba lo que estaba bien y lo que no, basándose en principios morales absolutos, como la verdad, la honestidad y la honradez. Pero poco a poco, el relativismo comenzó a cundir en todos los ambientes, haciendo creer que esos valores dependían del cristal con que se miraba. Por ejemplo, ahora, la maldad no existe como tal, si algo me conviene, aunque dañe a otros, entonces es bueno.

Poco a poco hemos sido testigos mudos de la depravación del género humano. Creo que la mayoría aún nos sentimos indignados cuando vemos una injusticia, sin embargo, hay muchos que observan impávidos la perversión de los demás. ¿Creen que exagero? Los medios comentaban hace pocos días que en Las Vegas un hombre intentó abusar de una mujer alcoholizada en plena calle, lo peor fue que los curiosos los rodeaban sin hacer nada para impedirlo, pero eso sí, con celular en mano para grabar y tomar fotos del degradante hecho. No por nada el lugar  se ha ganado a pulso el mote de "la ciudad del pecado" y no me extrañaría que sobre ella lloviera fuego del cielo.

Sin ir más lejos, es alarmante comprobar que en nuestro país vivimos un ambiente de violencia generalizado, no sólo por la que ha desatado el crimen organizado, sino el que se respira entre nosotros.  Las redes sociales están colmadas de ejemplos.  Son miles los que opinan sobre los temas de moda, sin respeto alguno por los demás.  Y por supuesto, se arman debates entre los usuarios, quienes, sin conocerse, se insultan a diestra y siniestra, creyéndose dueños de la única verdad. 

Y cuando algún valiente osa corregir a otro, se arriesga a ser blanco de burlas y ataques de todo tipo.  Es una pena que hayamos olvidado que la corrección fraterna es una excelente manera de ayudarnos a crecer como personas.  



Y no hablo de pecado, otra palabra que parece ofender a quienes la escuchan.  El creyente debe recordar que tiene diez mandamientos que le ayudan a mejorar su relación con Dios y con su prójimo. Y que romperlos, es desobedecer a Dios.  Y por sentido común, el no creyente debe reflexionar sobre la necesidad de vivir en sana convivencia, respetando las leyes impuestas por la autoridad para garantizar la paz entre los habitantes de una misma comunidad y de su comunidad con el resto de mundo.

La sagrada escritura dice: "Y si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que toda palabra sea confirmada por boca de dos o tres testigos. Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuesto." (Mateo 18, 15-16)

De esta sentencia bíblica saco dos enseñanzas: la primera, que debemos aprender a ser humildes para aceptar la corrección de otros.  La gente con la que convivimos nos conoce y ve lo que no somos capaces de reconocer en nuestra conducta.  Es muy recomendable buscar la guía de alguien prudente que nos ayude a dominar nuestros deseos y malas inclinaciones.  Y, desde luego, confesarnos seguido para que la gracia divina actúe en nosotros.
La segunda es que tenemos la obligación de denunciar el mal.  Quien cierra los ojos ante los abusos e injusticias cometidas, se convierte en cómplice del malhechor.  No podemos pensar que no es nuestro problema, la indolencia y el miedo al qué dirán es causa de muchos males, por eso, aunque nos acarremos enemistades, debemos levantar la voz cuando presenciamos una injusticia.

Recordemos que es nuestro derecho exigir respeto a nuestras convicciones, pero también hay que ayudar a los que, por su edad o condición socioeconómica, tienen menos presencia a los ojos del mundo, para que también ellos sean escuchados.  
 

 









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