¿Yo sacerdote?
Por: Pablo Vidal García | Fuente: Catholic.net
¿Yo sacerdote? ¿Pero cómo? Si yo soy laico, no puedo ser sacerdote… Pues déjame recordarte que no solo eres sacerdote, sino también eres ¡profeta y rey! Generalmente es bien sabido que uno de los efectos del bautismo es que nos introduce en la triple función sacerdotal, profética y real de Jesús, pero puede ser que no sepamos qué significan ni qué trascendencia tienen en nuestra forma de vivir.
El Catecismo es muy claro cuando nos habla sobre estas realidades, en el número 783 nos dice: “Jesucristo es Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas.” Así que, al parecer, si somos responsables de esa misión, es mejor saber de qué se trata. Por eso hablaremos ahora sobre qué conlleva para los laicos este “ser sacerdotes” y en otros dos artículos sobre ser profetas y ser reyes.
Lo primero que hay que dejar en claro es que este sacerdocio de los laicos no es el mismo sacerdocio que se otorga mediante el sacramento del Orden Sacerdotal. El de nosotros los laicos es un sacerdocio que se ejerce según la vocación de cada uno. ¿Y cómo lo ejercemos? En Lumen Gentium, Pablo VI nos dice que los bautizados “ejercen (su función sacerdotal) en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante”.
Entonces analicemos cada uno de estos puntos para entender qué nos quiere transmitir.
La recepción de los sacramentos. Cada vez que nos acercamos a participar en algún sacramento ejercemos este sacerdocio. Veamos por ejemplo el caso de la Eucaristía. Cuando asistimos a misa no solamente estamos viendo lo que el sacerdote hace en el altar, sino que somos parte de esa ofrenda. “El sacerdote oficia el sacrificio y los fieles concurren a la ofrenda de la Eucaristía” (LG, 10), es decir, ofrecemos a Cristo junto con el sacerdote y nos ofrecemos con Cristo.
Ahora, esto suena muy bien, pero ¿qué implicaciones prácticas tiene en nuestra vida? Pues justamente que vivamos asemejándonos más a Cristo en su sacerdocio a través de las demás formas en que ejercemos esta función.
En la oración y acción de gracias. Por sorprendente que pueda parecer, cada vez que te diriges a Dios para hablarle de tus alegrías o tus problemas, para presentarle tus necesidades o las de alguien más, cada vez que haces una oración que no se centra en ti mismo, estás actuando como sacerdote. Piensa en la imagen de los sacerdotes en el Antiguo Testamento. Eran hombres elegidos para estar en contacto con Dios, su misión era interceder por el pueblo. De igual forma, nosotros como bautizados estamos llamados a tener una vida de oración que nos mantenga en contacto permanente con Dios, una vida de oración que cultivemos a diario, buscando momentos para hablar con Él y para escucharle, para pedirle y darle gracias.
En la abnegación y caridad operante. Los sacerdotes de Israel también ofrecían sacrificios y nosotros al igual que ellos estamos llamados a ofrecer nuestros dones cotidianos. En la práctica, esto quiere decir que tenemos que poner el bienestar de los demás antes que el nuestro. Para eso hacían sacrificios los antiguos sacerdotes, para bien del pueblo más que para bien suyo. Como ellos, nosotros estamos llamados a renunciar a esas cosas, grandes o pequeñas, que se convierten en un obstáculo para amar más a nuestro prójimo y pensar antes en él que en nosotros mismos. Cuántos de nosotros podemos, por ejemplo, ahorrarnos algo de dinero en nuestras comidas para comprar de comer a esa persona que vemos todos los días en la calle. O cuántos podemos ofrecer nuestro tiempo camino a la escuela o al trabajo escuchando a alguien que nos acompaña en lugar de ir escuchando nuestra música. Cuántos podemos dedicar un rato de nuestro fin de semana a visitar a ese amigo o familiar enfermo que teneos olvidado. En fin, existen muchas cosas que podemos hacer y cada quién sabe en dónde puede ser más abnegado y practicar una caridad operante como sacerdote.
Mediante el testimonio de una vida santa. Finalmente, ejercer nuestra función de sacerdotes implica dar testimonio de ello. ¿Y qué debería venirnos a la mente cuando pensamos en la figura de un sacerdote? Una vida santa. Y aunque claro que una vida santa, en la práctica consta de muchos pequeños detalles, yo creo que la parte característica de esa santidad que se refleja en nuestra condición de sacerdotes es la de una vida cercana a Dios. Que en nuestra convivencia diaria con los que nos rodean se pueda ver que somos personas de oración y sacrificio, que están cerca de Dios porque toman el tiempo de hablar con Él y que buscan acercar a otros a Dios no solamente mediante sus acciones sino también siendo intercesores, pidiendo por ellos.
Finalmente, te invito a que tú mismo reflexiones sobre qué cosas prácticas y qué actitudes tienes que cambiar en tu vida para cumplir mejor con esta función de sacerdote que recibiste desde tu bautismo. Si quieres leer algunas vidas extraordinarias de sacerdotes para tomarlas como referencia puedes buscar alguna biografía del Santo Padre Pío o del Santo Cura de Ars, quienes vivieron a través de su sacerdocio ministerial también la función de sacerdotes que se les dio en el bautismo, siendo ejemplos de abnegación, sacrificio y oración.
Y no te olvides de seguir leyendo los próximos artículos sobre qué significa que seamos profetas y reyes, para que verdaderamente podamos entender estas funciones y vivir estas extraordinarias misiones que tenemos como bautizados.