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La Madre del Hombre de los Dolores
Oh mi Madre, poneos delante del misterio de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.


Por: Redacción | Fuente: es.gaudiumpress.org



¿Por qué os presentáis así, Señora, revestida de un delicado, al mismo tiempo serio, velo púrpura, cubriendo vuestro santísimo rostro - más bella que la Luna, más esplendorosa que todas las bellezas del universo?

¿Por qué este velo púrpura, símbolo de la penitencia y del luto? ¿Por qué vuestra tan dulce fisionomía se presenta tomada de perplejidad, de angustia? ¿Qué meditáis en vuestro inmaculado y sapiencial Corazón?

Oh mi Madre, poneos delante del misterio de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Es Vuestro divino Hijo que está, en su bondad infinita, presto a rescatar el género humano, abriendo las puertas del Cielo con su muerte de Cruz. ¡Tal es su entrega para nuestra salvación que Él, Hombre-Dios, se vela a sí mismo, escondiendo su divinidad en su humanidad santísima, y haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en cruz, por amor a nosotros!

Estáis, oh Señora, inmersa en la agonía de alma, al contemplar al Hombre de los Dolores: "Ni la Tierra, ni el mar, ni todo el firmamento podrían servir de término de comparación a vuestro dolor". ¹

Entretanto, al cubriros con el manto de la agonía y el dolor, más hermosa quedáis. ¿De dónde viene tanto esplendor? Vos sois la Madre Dolorosa del Hombre de los Dolores, que durante la Pasión, "compensaba, por su cántico de fidelidad, todas las injurias y ofensas sufridas por Jesús [...] He aquí, en la noche de la desolación, el canto del alma más virtuosa en toda la Tierra elevándose hasta el Cielo...".²



Os pedimos, Señora, para cada uno de nosotros, con las palabras del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira: "Dadme, mi Madre, un poco, por lo menos, de este dolor... Sufrís en unión a Jesús. Dadme la gracia de sufrir como Vos y como Él". ³

Y en esta unión con Él y con la Madre dolorosa, entonaremos nuestro cántico de fidelidad y de gratitud a Dios que nos recibirá, a par de los sufrimientos en la Tierra, con el alma "esplendorificada" por la gracia de Jesús a ruegos de María, en el Cielo, por toda la eternidad.

 







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