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2.3 Templanza y castidad.
El varón por lo tanto debe ser casto y templado si quiere liberar toda su potencia masculina de amar


Por: Pia Hirmas | Fuente: Catholic.net



2.3 Templanza y castidad.

Amar a alguien implica el uso de todas las capacidades propiamente humanas tanto espirituales como corporales, en vistas a buscar el bien del otro.

Es un acto libre porque implica autoconocimiento, auto dominio, para poderse entregar en un acto autodeterminado y desinteresado. Requiere saber qué estoy entregando y a quién se lo estoy entregando y por qué y en vistas a qué meta. Ya se puede intuir que amar verdaderamente no es algo que meramente ocurre, o como se dice vulgarmente, "se da". Se confunde muy a menudo atracción con amor, pues es que el amor es una pasión, es decir "la acción del agente sobre el paciente".

Y es que la atracción es una fuerza poderosa que nos saca de nuestro egocentrismo y nos impulsa a la unión, pero amar es la respuesta, es una capacidad que implica haber desarrollado nuestras facultades, y se logra ejercer el amar cuando se ha logrado una cierta madurez y estabilidad en esas capacidades.

Muchas veces se quiere amar, pero queda en pura buena intención porque las facultades no han sido ejercitadas con el trabajo habitual, que llamamos virtud, entonces no cuentan con la fuerza para sostener el deseo de amar. La persona en ese momento tiene que elegir si tras la caída se humilla, pide perdón y vuelve a comenzar o si elige endurecerse y hacerse cínico frente a la exigencia del amor y lo considera un ideal muy noble, pero imposible en la práctica.



Vemos pues que el amor es una escuela, que se aprende a fuerza de someter la tendencia egocéntrica y concupiscente que tenemos. Nuestro primer obstáculo para hacer el bien que queremos como dice San Pablo, es la ley del pecado que obra en nuestros miembros, y por esta razón la mortificación de los apetitos de la carne son ineludibles si queremos amar de verdad. La abstinencia es un ingrediente indispensable en un amor casto, pues preserva del dominio y permite una mirada del otro no según mis apetencias, sino según el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu.

Así pues vemos que ejercitarse en evitar el pecado, mortificarse incluso de cosas lícitas para templarnos y recurrir a los medios de la gracia para acrecentar la caridad es clave en un amor que quiera ser verdadero y sincero.

El varón por lo tanto debe ser casto, templado, abstinente y sacrificado, si quiere liberar toda su potencia masculina de amar. Lo mismo diríamos de la mujer. Ella es la guardiana del amor pues a ella le toca la primacía del corazón como diría Pio XI en Casti Connubii 10, pero es el hombre a quien le toca cuidar a la mujer pues la mujer fue entregada al varón y no al revés. Como vemos es un círculo virtuoso la exigencia del amor como Dios lo pensó.

 









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