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2.4 El perdón y el amor conyugal.
Quien no sea capaz de perdonar, no podrá entrar en la dinámica del amor.


Por: Pia Hirmas | Fuente: Catholic.net



2.4 El perdón y el amor conyugal.

Por su parte, quien desea amar y ser amado tiene que considerar la dificultad de nuestra miseria y aprender a perdonar y recibir el amor en la totalidad que el otro buenamente te puede dar, aunque sea una capacidad muy limitada. Tendrá que aprender a trabajar con el amado en este camino sinuoso del amor, siempre que el otro esté verdaderamente comprometido en el deseo de amar. Pueden haber amores unilaterales desde luego, pero el amor de pareja es un amor que implica reciprocidad, al menos para que se establezca el vínculo.

Quien no sea capaz de perdonar, no podrá entrar en la dinámica del amor. Así Nuestro Señor condiciona su amor y su perdón a la medida que nosotros amemos y perdonemos a los demás que sí vemos. Para perdonar es necesario reconocerse perdonado primero, como aquel a quien le perdonaron la deuda. Si por el contrario en la pareja tomamos la actitud de aquel fariseo que se ufanaba por ser bueno, no como aquel publicano, que no se atrevía a levantar la mirada y se golpeaba el pecho, el amor de Dios no será una realidad para ese matrimonio, y peor aún si ambos tienen la actitud del fariseo y se dedican a arrojarse culpas desde su supuesta superioridad moral. Sólo un corazón contrito puede ser blanqueado y recreado en su pureza por Dios, dice el Salmo.

El solo puede hacer esto con un acto creador, un acto redentor, que por medio de la gracia nos regenere. No podemos hacernos buenos y justos a nosotros mismos. Es así evidente por qué el matrimonio es un camino de santificación, no un estado de santidad. Si bien el sacramento es condición de posibilidad para iniciar este camino, no es suficiente. Hay que completar a la Pasión lo que le falta con nuestra propia oblación. Parte de esa oblación es la obra de misericordia de soportar con paciencia los defectos ajenos y perdonar las faltas.

En algunos casos muy extremos, el perdón no pueda ir de la mano de la reconciliación, puesto que el otro no ponga las condiciones para la convivencia dentro de la exigencia evangélica y ponga en peligro la caridad que nos debemos a nuestras almas y la de nuestros hijos, pero hay que discernir muy bien con ayuda de una persona santa y sabia, tras haberlo intentado todo. Aun así la caridad nos exige nunca renunciar a nuestra promesa de amor para llevarle al cielo.



Como vemos no es parte de la masculinidad la arrogancia, la superioridad, la dureza de corazón para repudiar a la mujer o para humillarla por sus defectos. Esos aspectos son más bien consecuencia del pecado y no de la naturaleza masculina. El amor exige que se debe entregar para superar lo que falta, es decir, "se da lo que se pide". Su amor debe ser fiel y eterno como el de Cristo por su Iglesia, quien se entregó a sí mismo para presentársela pura y sin mancha o arruga. (Cfr. Ef 5)

 







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