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Jesús Perdido en el Templo
¿Cuántas veces se nos ha perdido Jesús en nuestro camino?


Por: Marlene Yañez Bittner | Fuente: Catholic.Net



¿Cuántas veces se nos ha perdido Jesús en nuestro camino?

 

Mientras regresaban de La Fiesta de Pascua desde Jerusalén, María y José daban por hecho que Jesús, su hijo, iba con ellos. Cuando se percatan de que Jesús no los acompañaba luego de un día de caminar, lo comienzan a buscar y al no encontrarlo deciden regresar a la ciudad de origen para buscarlo. Después de tres días lo hallaron en el templo, en donde enseñaba la Palabra de Dios a los Maestros. María le cuestiona su proceder ante lo cual el niño responde: “… Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" (Lucas 2,49).

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En medio de las tribulaciones de la vida, de los sin sabores que muchas veces vivimos, de los problemas, angustias y perturbaciones, sentimos que hemos perdido a Jesús y con él la esperanza y por cierto la fe. Sin duda nos gustaría una vida plena y feliz, pero vemos que el mundo nos va preparando un destino con turbulencias y a veces difícil de llevar.



Son esos los momentos en que tenemos dos opciones: aferrarnos a Dios Padre y obedecer a Jesús cuando nos dice: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso” (Mateo 11,28). O intentar sobrevivir solos con nuestra cruz y aceptar que hemos perdido a Jesús en el camino…

María y José lo encontraron y nosotros cada vez que sentimos perderlo y decidimos buscarlo, lo encontraremos. Él nos espera siempre así como el Padre en la “Parábola del hijo pródigo” (Lucas 15, 11-32). Sin embargo, antes de encontrar, debemos buscar y antes de buscar, debemos tener el deseo real de encontrar.

Y ¿Cómo buscarlo? Consideremos los siguientes puntos:

 

  1. Vigilancia en la oración: la oración es un Don de gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo y a su vez un combate contra nosotros mismos (Catecismo 2725). Un combate, pues luchamos por encontrar la paz en el Padre y por vencer las tentaciones a las que estamos expuestos. La oración nos conecta con Dios, nos otorga paz, nos permite seguir la voluntad del Padre y por cierto, exponemos nuestras peticiones, lo que nos aflige, perturba y angustia. Cuando oramos, mantenemos una relación con Jesús, pues debemos hacerlo por medio de Él: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Juan 14,6). Encontramos a Jesús en nuestras oraciones.



 

  1. Activos en la caridad: la caridad es la virtud por la cual amamos a Dios y lo demostramos. Se expresa este amor en el segundo Mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” y la caridad es el instrumento por el cual demostramos el amor hacia nuestros hermanos. Estar activos supone realizar obras de caridad de manera constante y estar atentos a las necesidades de los demás.  Así, podemos ser caritativos en lo espiritual y en lo corporal, pero hacerlo siempre, por amor, de corazón, con sinceridad. Practicando la caridad nos encontramos con Jesús: “Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis” (Mateo 25,35). Y lo encontramos justamente en el necesitado, en el pobre, en el que se encuentra solo, en el desvalido y por sobretodo en aquel que no conoce la Palabra de Dios.

 

  1. Exultantes en la alabanza: alabar a Dios es un acto de gratitud por todo lo que Dios hace en nuestras vidas; le estamos dando el lugar que le corresponde, estamos reconociendo que todas las maravillosas obras provienen de Él. Más aún, la Sagrada Escritura ordena a todas las criaturas a alabar a Dios: “¡Que todo el que respira alabe al Señor!” (Salmo 150,6). Podemos alabar a Dios de varias maneras, por ejemplo, mediante un escrito, con una oración o por medio de canciones. El libro de los Salmos es una colección de cánticos llenos de alabanzas a Dios; podríamos considerar lo siguiente: el Salmo 9,2: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón, quiero cantar tus maravillas”, el Salmo 145,2: “Deseo bendecirte cada día, alabaré tu Nombre para siempre” y el Salmo 146,1: “¡Aleluya! ¡Alaba al Señor, alma mía!”. Alabar a Dios no sólo supone un reconocimiento por sus buenas obras, sino también un acto de agradecimiento por su eterno Amor demostrado al entregar a su único hijo para nuestra salvación. Alabarlo significa agradecer a Jesús mismo por morir en la cruz por nosotros; significa encontrarnos con Él.

Jesús siempre nos espera porque antes de que nosotros lo busquemos y encontremos, él ya lo hizo. “El Señor siempre nos precede en el encuentro… La fe no es una teoría, una filosofía, una idea: es un encuentro. Un encuentro con Jesús” (Papa Francisco).

Seguramente Jesús esperaba que sus Padres lo fueran a buscar, así como está siempre esperando por nosotros cuando por algún motivo en nuestras vidas lo hemos perdido. Y qué maravilloso sería desesperarnos como María y José cuando perdemos a Jesús en nuestras vidas y salir a buscarlo. Jesús: el único camino a seguir.







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