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Homilia del 20 de Noviembre 2018

¿Quién será grato a tus ojos, Señor?
Ninguna vestidura nos cubrirá como la bondad de Dios


Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato | Fuente: Catholic.net



Apocalipsis 3, 1-6. 14-22: “Si alguien me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos”

Salmo 14: “¿Quién será grato a tus ojos, Señor?

San Lucas 19, 1-10: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”

 

¿Quién puede corregir con más eficacia y con objetividad? Quien mejor lo hace es quien más cercano y más amor nos tiene. Nos conoce en lo profundo y puede con mayor acierto proponernos cambios que podamos aceptar.



Al continuar este día el texto del Apocalipsis nos encontramos con dos cartas enviadas a las comunidades de Sardes y de Laodicea que son una belleza tanto en su contenido como en las expresiones que utilizan. Retoma las realidades que experimentan las ciudades, como ejemplo de cualquier comunidad cristiana, y desde esa realidad profundiza en la relación que tiene la comunidad con Dios.

Los títulos y nombres que se dan a Jesús nos recuerdan su misión y su cercanía: “El que tiene los siete espíritus y las siete estrellas”, “el amén, el testigo fiel y veraz, el origen de todo lo creado por Dios”. Como si quisiera el profeta que fijáramos nuestra mirada en Jesús, reconociéramos todo su poder y su amor para estar seguros de nuestro propio triunfo. Jesús no puede fallar, está cercano a nosotros, es  fiel en su amor, es fundamento de toda la creación.

Las acusaciones contra estas ciudades son fortísimas, pero no se quedan en el pasado sino que se hacen presentes para nosotros y nuestras iglesias. ¿Quién no se sentirá aludido al escuchar el reclamo que hace a Sardes de que se lleva una vida doble no acorde con la palabra recibida? “En apariencia estás vivo, pero en realidad estás muerto”, ¿Quién puede afirmar que está viviendo a plenitud y con coherencia las exigencias de la Palabra? Y cuando se dirige a la comunidad de Laodicea, si se pudiera decir, es todavía más duro en sus reclamos. La tibieza, el no ser ni frío ni caliente provocan nauseas y rechazo. “La dulce mediocridad, la rutina adormecedora” a todos nos invaden y nos dejan indiferentes ante las manifestaciones del amor de Dios.

La comunidad se ha acomodado a las riquezas materiales y se ha protegido con sus tesoros. Pero ninguna vestidura nos cubrirá como la bondad de Dios, ningún colirio nos hará ver mejor que la mirada de Dios y ningún oro nos enriquecerá más que su amor. Dejo que penetren en mi corazón estos reclamos y me quedo meditando: “Yo reprendo y corrijo a todos los que amo. Reacciona, pues, y enmiéndate. Mira que estoy aquí tocando a tu puerta”.

 



 







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