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Comentario a la Liturgia II Domingo TC C
El camino de la cuaresma nos tiene que llevar no solo a descubrir este rostro de Gloria de Jesús en la cotidianidad


Por: Tais Gea | Fuente: Catholic.net



Seguimos los pasos del Señor en esta cuaresma. Nos adentramos a ella conscientes de que hay una meta. No es el ayuno ni la penitencia el fin de nuestra cuaresma sino que la resurrección. Esta experiencia de resurrección es anticipada para los apóstoles en la transfiguración. Para nosotros hoy también se nos anticipa el anuncio de lo que estamos llamados a ser: transparencia de la Gloria de Dios.

El evangelista Lucas, antes de describir el viaje que realizó Jesús con sus discípulos hacia Jerusalén para morir en la cruz, coloca el relato de la transfiguración. Es como si el evangelista quisiera hacer ver que el camino hacia la cruz, hacia la muerte, es iluminado por la esperanza de la resurrección a través de la transfiguración.  En nuestro camino cuaresmal la Iglesia quiere hacer lo mismo. Nos detiene un momento para decirnos: el camino vale la pena. En la cima del monte clavario no sólo está la muerte. Aquí, en la cima del monte Tabor, estamos viendo el destino que llena de sentido el camino al calvario: la transfiguración definitiva.

La descripción del evento de la transfiguración recoge algunos elementos de las grandes teofanías del AT. Una teofanía es la manifestación visible de Dios al hombre. El primero es una nube. Cuando el pueblo de Israel estaba en el desierto la presencia de Dios era acompañada por una nube. La nube tiene esa consistencia que nos permite ver pero a la vez no. Esa es la forma en la que se manifiesta Dios a nosotros. Sabemos que él está ahí, que se hace presente, que muestra su bondad pero a la vez nos implica fe. Ya que solo lo podemos ver, escuchar y tocar, con los ojos, oídos y manos de la fe.

Otro elemento de las grandes teofanías del AT es la voz. En el Sinaí se describe que cuando estaba la presencia de Dios se escuchaba una voz refiriéndose al sonido de un trueno. En cambio en el Deuteronomio se describe este mismo evento pero se dice con claridad que aquello que los israelitas escuchaban era la voz de las palabras de Dios. En la transfiguración es precisamente lo que se escucha. No es solo un sonido de un fenómeno natural como lo es el trueno. Es más personal. Es un Dios que se quiere relacionar con su pueblo con un diálogo; a través de la voz de sus palabras. Es así también con nosotros. El Señor se quiere manifestar a cada uno de nosotros que en la fe creemos en su presencia y lo hace a través de su Palabra.

Jesús es ese rostro de Dios que se muestra a los discípulos pero les implicó un gran camino el reconocerlo como Dios. Era un hombre que hacía grandes prodigios y milagros. Pero de ahí a considerarlo como Dios les iba a implicar una grande fe. Es por eso que Jesús les concede la posibilidad de ver su divinidad. Su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. Este cambio de aspecto mostraba quien es él en verdad. Jesús es la Gloria de Dios. Por eso el texto nos dice que los apóstoles vieron la gloria de Jesús. Es decir, descubrieron que él es la presencia visible del Dios invisible.



El camino de la cuaresma nos tiene que llevar no solo a descubrir este rostro de Gloria de Jesús en la cotidianidad sino que a darnos cuenta de que el destino de Jesús es el mismo que el nuestro. También nuestro rostro esta llamado a cambiar de aspecto. También nuestras vestiduras deben hacerse blancas y relampagueantes. Estamos llamados a ser para los demás el rostro de Dios y a que lo reconozcan a él cuando vean nuestros vestidos blancos y puros.

Pidamos a Dios esta gracia durante esta cuaresma: «Señor Jesús transfigurado, tranfigúranos. Haznos comprender que mientras más nos vaciamos de nosotros y nos llenamos de tu Gloria más podremos reflejar tu amor a los demás. Que nuestro rostro cambie de aspecto y sea como el tuyo para mirar como tu miras, hablar como tu hablas y amar como tu amas. Amén».







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