El análisis de la realidad
Por: Germán Sánchez | Fuente: Catholic.net
¿Qué es lo que pretendemos?
Buscar lo que Dios quiere de nosotros es una empresa ardua y nada fácil de conseguir. Si las personas consagradas se han donado al amor de Dios, es para hacer sólo su voluntad. Conocer esta voluntad y ponerla en práctica, es ya una empresa que de por sí requiere paciencia y constancia. Paciencia para discernir el camino que Dios señala al alma y constancia para no sucumbir frente a la marea de circunstancias, imprevistos, dificultades, contratiempos y situaciones por las que debe atravesar la persona humana.
Si esto de por sí ya es difícil para una persona, nos podemos imaginar el grado al que esta dificultad se eleva cuando se trata de buscar la voluntad de Dios para una obra de apostolado o para una obra que es suya, como bien puede ser una Congregación religiosa. Fundada como un don de Dios para construir la Iglesia , 1cada Congregación religiosa, cada Instituto de vida consagrada ha sido querido por Dios para cumplir con una misión específica. Inspirándose en un carisma específico, recibido de dios, los fundadores se han esforzado por penetrar en el misterio de Dios y así dar a conocer a quienes los seguirían a lo largo de la historia, lo que ellos consideraban la Voluntad de Dios para la obra recién fundada.
Si bien es cierto que sólo Dios es eterno y que ninguna obra humana, incluidas las Congregaciones religiosas, ni tampoco ninguna criatura espiritual, como son los carismas, puede abrogarse el derecho de la perennidad, no deja de ser inquietante el preguntarse por el tiempo de duración de dichas congregaciones e Institutos de vida consagrada. Los hay que nacen para morir. Hay sin embargo institutos cuyo carisma parece amoldarse perfectamente a las circunstancias de los tiempos. Hay quienes han aprendido a desarrollar en el tiempo el carisma de acuerdo a las necesidades culturales o los desafíos de cada sociedad. Vemos por ejemplo el caso de los mercedarios o los padres trinitarios que nacidos para rescatar a cristianos de la cautividad islámica, ahora rescatan a los jóvenes de los vicios actuales. Cuánto es cierto lo dicho por el magisterio de la Iglesia en lo referente al desarrollo de la obra, del apostolado o del carisma: “El carisma mismo de los Fundadores se revela como una experiencia del Espíritu (Evang. test. 11), transmitida a los propios discípulos para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne.” 2Es por tanto necesario tomar en cuenta la posibilidad de que el carisma de adecue a los tiempos actuales y ofrezca así una ayuda valiosísima a la Iglesia. Pero este desarrollo depende de la labor que desarrollen los hijos espirituales del fundador. El carisma, la congregación, como no poseen el don de la eternidad, necesitan trabajar para conocer cuál es el derrotero que debe seguir, sin perder su identidad propia. Mucho se ha hablado a este respecto cuando se toca el tema de la fidelidad creativa .3 Son ya varias las congregaciones que en este tiempo de la renovación post.-sinodal han llevado a cabo grandes esfuerzos para reestructurar su adaptación a las circunstancias actuales del mundo. Los frutos se comienzan a ver en el florecimiento de obras y en la llegada de nuevas vocaciones.
Pero para llegar a estos resultados, como decíamos al inicio, es necesario saber cuál es la voluntad de Dios para el Instituto. Algunas preguntas pueden siempre ayudar para conocer esta voluntad de Dios. ¿Dónde estamos? ¿Dónde vamos? ¿Dónde podemos ir? ¿Dónde queremos ir? ¿Qué debemos hacer? ¿Qué podríamos hacer? ¿Cómo debemos hacerlo? ¿Cómo lo estamos haciendo?
Pero todas estas preguntas, requieren conocer la realidad en la que se mueve el Instituto, la Congregación religiosa, la obra de apostolado. No basta un conocimiento superfluo. Es necesario conocer a fondo las circunstancias que están rigiendo en un momento preciso y que están influyendo en la marcha y el dinamismo de la congregación o de la obra de apostolado. La falta de dicho conocimiento exacto lleva a las personas que tienen el cargo de la autoridad, a generar mandatos e indicaciones que, por su falta de correspondencia con la realidad, son obsoletos, impracticables o inciden muy poco en la realidad. Da pena muchas veces el ver grupos de personas con muy buena voluntad, embarcadas en proyectos que les requieren mucho de su tiempo y de sus energías, pero que no incidirá en la realidad o lo hará enana escala menor a los que se ha invertido en ella.
La adecuada planeación de las actividades asegura, en cierto sentido, la consecución de unos objetivos previamente trazados. Objetivos que bien pueden considerarse como voluntad de Dios cuando se ha visto, después de analizar la realidad, que es posible seguir desarrollando el carisma hacia esa dirección.
Conocer la realidad deberá una de las tareas prioritarias para una adecuada planeación de la obra de apostolado o de la congregación.
Conocer la realidad.
Para saber lo que Dios quiere de una obra de apostolado o de la Congregación, es necesario saber en dónde se encuentra dicha congregación o dicha obra de apostolado. Sin un conocimiento exacto e dicha realidad, las disposiciones tomadas pueden caer en el error o llevar a dicha obra o congregación a situaciones inconvenientes. Resulta paradójico, por ejemplo, el constatar como algunas congregaciones se dedican en estos momentos a luchar por defender los derechos del agua o de los desprotegidos, cuando deberían estar haciendo algo por la evangelización. Son congregaciones que quizás conocen muy bien la situación y el entorno externo que las rodea, pero que no se han percatado de la situación interna por la que están atravesando. De no mediar un milagro de la gracia de Dios, muchas de esas congregaciones desaparecerán, pues contando actualmente con una media de edad entre los 65 y 70 años y sin prospectivas a corto plazo de nuevas vocaciones, bastaría hacer una sencilla proyección para darse cuenta de la realidad.
Conocer la realidad no es un fin en sí mismo. De nada sirve manejar datos, informaciones para situarse en el contexto de la realidad, si dicho conocimiento no lleva a tomar acciones certeras. No se trata simplemente de conocer la realidad y de ponerse a trabajar. El conocimiento de la realidad debe ser completado con el conocimiento de la finalidad de la obra de apostolado o de la Congregación y de las expectativas que se tienen para ellas. Conocer la realidad desconociendo la finalidad de la obra, puede llevar a tomar acciones que atente contra el carisma de la Congregación y con la finalidad de la obra de apostolado. Conocer la realidad y desconocer las expectativas para dicha obra o para la Congregación es puede llevar al peligro de trabajar sin ningún ideal, guiados simplemente por la inercia de costumbres que ya han hecho parte de un modus vivendi, pero que poco o nada influyen para conseguir la finalidad de la obra.
Conviene por tanto que en primer lugar, quizás antes de analizar la realidad, se tenga bien centralizada la misión de la obra de apostolado o de la Congregación. Para la congregación, esta labor resulta relativamente fácil, pues se puede echar mano de las constituciones. Generalmente en los primeros números de las constituciones se encuentra lo que puede considerarse la misión de la Congregación. Es conveniente también ayudarse de todos aquellos documentos que explicitan el carisma de la congregación y que constituyen el patrimonio espiritual del Instituto: “Todos han de observar con fidelidad la mente y propósitos de los fundadores, corroborados por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto.”
Esta misión del Instituto podrá iluminar las obras de apostolado o aquellos proyectos de la congregación que se quieran poner en marcha. No es conveniente desvincular, y a veces no es posible hacerlo, la misión del Instituto con la misión particular de una obra de apostolado. El carisma de la congregación deberá hacer de factor vinculante entre la misión de la congregación y la misión de dicha obra. Conocerlo con profundidad es signo seguro de estar de acuerdo con lo que Dios ha pensado para dicha obra. En muchas ocasiones, y más recientemente en los tiempos de la renovación e la vida consagrada, se desmarca fácilmente la obra de apostolado del carisma, por considerar a éste como algo desfasado o pasado de moda. Esta postura refleja una falta de conocimiento de lo que es el carisma y su posibilidad de entretejerse en el mundo actual, para seguir respondiendo a los retos del mundo moderno.
Una vez que se conoce con certeza el carisma y que se ha fijado la misión, se procederá a conocer la realidad para luego fijar los objetivos globales. Conociendo la realidad y la misión, se estará en grado de fijar el rumbo que se debe tomar, concentrándolo en pocos objetivos globales pero que den la dirección e de la obra y tengan en cuenta el contexto en el que se desenvuelven.
La realidad puede ser interna o externa, positiva o negativa, dependiendo de la forma en que cada uno de estos factores afecta a la misión. La misión puede estar favorecida o impedida por factores externos o internos. Debemos por tanto hacer una breve clasificación de estos factores, de acuerdo con las variables antes mencionadas. Las variables que se manejan son: aspectos positivos y aspectos negativos por un lado; y aspectos internos o externos de otra parte. Vale la pena hacer una breve aclaración de estas variables.
Aspectos positivos son aquellas variables que ayudan directa o indirectamente a la misión. Por contraposición de términos, los aspectos negativos serán aquellas variables que impiden o retrasan la consecución de la misión
Aspectos internos son aquellas variables en las que se tiene un cierto control o que pueden ser manejadas con una cierta facilidad. Los aspecto externos serán aquellos en las que no se tiene un control total y afectan considerablemente la consecución de la misión.
Hay que tomar en cuenta que no existen variables que sean total y exclusivamente pertenecientes a las categorías antes mencionadas, pero vale la pena tomarlas en consideración por la influencia que tienen sobre la misión. Un análisis de estas variables no debería abarcar gran parte del tiempo dedicado a la planeación, sin más bien dedicar un tiempo para identificar las variables más significativas que estén influyendo sobre la misión. Bastaría con elencarlas o describirlas en pocas líneas.
Una clasificación clásica de estas variables es lo que se conoce como SWOT, de las siglas inglesas S = Strengths Fuerzas; W= Weaknesses Debilidades; O = Opportunities Oportunidades; T = Threats Amenazas.
Las fuerzas son aquellas variables internas positivas que ayudan a la consecución de la misión. Pueden ser por ejemplo las cualidades personales, el ambiente interno de la institución en la que se desempeña el trabajo, el conocimiento y la aplicación del carisma por todas las personas que trabajan en la obra de apostolado, etc.
Las debilidades son aquellas variables internas negativas que impiden o retrasan la consecución de la misión. Entre ellas podría considerarse las carencias personales, el mismo ambiente de la institución, la falta de colaboración, etc.
Las oportunidades son aquellas variables externas positivas, sobre las que no se tiene mucho control pero que ayudan a lograr el objetivo. Algunas de estas oportunidades podría ser el ambiente cultural, económico, social en el que se desarrolla la misión.
Las amenazas son aquellas variables externas negativas sobre las que no se tiene ningún control, o muy poco y que impiden o retrasan la consecución de la misión. Pudieran ser consideradas como amenazas el ambiente social, cultural, económico, cuando impiden u obstaculizan el desarrollo de la misión.
Una vez que se han identificado las fuerzas, debilidades, oportunidades y amenazas, conviene dejarlas por escrito. Esta selección o deberá ser exhaustiva, sino reducirse a aquellos elementos que en forma más significativa están influyendo en la consecución de la misión. De aquí podrán desprenderse fácilmente lo que pueden ser las expectativas para dicha obra de apostolado o para la congregación. Las expectativas no son más que la proyección realista del punto al que puede llegar dicha obra de apostolado o la congregación. Mientras que el análisis de la realidad respondía a la pregunta ¿en dónde estamos?, las expectativas responden a la pregunta ¿hacia dónde podemos ir? Es el punto al que se quiere llegar.
Estas expectativas deben formularse en forma tal que marquen un punto de llegada para un periodo determinado. Es proyectarse en el tiempo con metas claras. La formulación de las expectativas deberá dar origen a una visión del futuro. “Dentro de un cierto tiempo nosotros queremos vernos de la siguiente manera….” Este elenco de proyecciones es lo que conforma la visión de la obra de apostolado o de la congregación. Es lo que marcará las pautas de actuación, ya que para lograr conformar la realidad con la visión, se deberán seguir algunas acciones concretas.
En base a esta visión, surgirán entonces los objetivos globales o generales, como se les guste llamar, ya que la terminología en este caso puede aplicarse indistintamente. Los objetivos generales permiten encauzar el trabajo en el período de tiempo para el que se ha fijado la visión. Estos objetivos deben fijarse en forma clara, comprensible, accesible y con una gran dosis de esperanza. No deben ser objetivos que aparezcan como inalcanzables, pues la falta de realismo ocasiona frustraciones y pesimismo. No deben tampoco formularse objetivos banales o demasiado sencillos, que al final no son conducentes para alcanzar la visión que se ha fijado. El realismo, basado en el análisis SWOT de la realidad, deberá ser el ingrediente principal de dichos objetivos.
Quizás sea conveniente formular dos o tres objetivos generales, posiblemente un número no mayo al de cinco, y que cada objetivo general requerirá de un gran trabajo para conseguirlo, como veremos en los siguientes artículos. Por lo pronto, es necesario mencionar que los objetivos generales, con el fin de que puedan ser apreciados, deberán ser enunciados en forma que recuerden el carisma de la congregación. No podemos olvidar que los objetivos generales, como todo el proceso de planeación, son tan solo medios para alcanzar un fin mayor que el programa mismo. El fin mayor es el de cumplir con la voluntad de Dios para dicho proyecto o para la Congregación. Por lo tanto, el carisma contiene en sí mismo estos objetivos generales.
Si los objetivos generales no tienen ningún nexo con el carisma del Instituto, puede ser un signo preocupante, ya que su significado, variado, no es positivo. Puede significar un desconocimiento del carisma, o bien que dichos objetivos no corresponden al carisma del Instituto y se está utilizando la programación para desviarse del carisma o no cumplir completamente con lo que él marca. Una revisión constante de este aspecto será necesaria para vivir la fidelidad creativa sin separarse de lo que debe ser el carisma originario.
Veremos en los siguientes artículos la forma en que los objetivos deben bajar a la práctica y convertirse así en metas y en tareas específicas.
NOTAS:
1 “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.2006, n. 1.
2 Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos seculares, Mutuae relationes, 14.5.1978, n. 11.
3 “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy (81). Esta invitación es sobre todo una llamada a perseverar en el camino de santidad a través de las dificultades materiales y espirituales que marcan la vida cotidiana. Pero es también llamada a buscar la competencia en el propio trabajo y a cultivar una fidelidad dinámica a la propia misión, adaptando sus formas, cuando es necesario, a las nuevas situaciones y a las diversas necesidades, en plena docilidad a la inspiración divina y al discernimiento eclesial. Debe permanecer viva, pues, la convicción de que la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el Señor.” Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, 25.3.2006, n. 1.
4 Código de Derecho Canónico, c. 578.
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