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"Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna"
Meditación al Evangelio 11 de mayo de 2019 (audio)


Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net



Es más fácil distinguir un objeto cuando se pone en contraste con los contrarios: el blanco en el fondo negro, la luz en medio de la oscuridad, la bondad comparada con la maldad. San Juan continúa ofreciéndonos las enseñanzas de Jesús a partir de oposiciones que nos ayudan a clarificar las posturas de las diferentes personas en torno a Jesús. Para quienes odiaban a Jesús todo era oscuridad y tiniebla.

No podían y no querían entender sus palabras. También algunos de los que se decían discípulos quedaban perplejos y desconcertados al escuchar sus palabras. Espíritu y carne son dos conceptos que según San Juan se contraponen, pero de ninguna manera dando el sentido de considerar malo el cuerpo o hablando en términos sexuales, sino a partir de dónde nacen las motivaciones del hombre.

Si están basadas en lo que ahora llamamos materialismo, interés o egoísmo, no pueden producir frutos; si miran al amor, al servicio, a la donación, necesariamente producirán frutos. Cuando Jesús exige una clara definición entre los que lo siguen y los que solamente quieren permanecer en sus propios sentimientos, algunos de sus discípulos flaquean y se acobardan. Hoy también Jesús nos exige una clara definición.

Muchas veces somos católicos de conveniencia, de razones sociales, de papel… pero Cristo nos exige que seamos verdaderos discípulos que estemos dispuestos a creer en su Evangelio hasta las últimas consecuencias. No podemos echarnos para atrás. Y “echarse para atrás” significa endulzar las palabras de Jesús para adaptarlas a nuestros gustos e intereses; nos echamos para atrás cuando no estamos dispuestos a llevar a la práctica la búsqueda de la justicia y el verdadero amor a los hermanos, el perdón a los enemigos y el compartir la mesa con los que no tienen.

Hoy Cristo también a nosotros nos hace la misma pregunta: “¿También ustedes quieren dejarme?” Ojalá que más  que con nuestras palabras, con las obras demostremos que Jesús tiene para nosotros palabras de vida eterna y que no nos dejamos embaucar por voces que nos llenan la cabeza de orgullo y vanidad. Sólo creemos en las palabras de Jesús.







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