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¿Por qué a los malos siempre les va bien?
Al que verdaderamente le va bien es a aquella persona que trabaja y gana el pan con el sudor de su frente.


Por: Mónica Muñoz | Fuente: Catholic.net



Hace muy poco escuché esta frase: “a los malos siempre les va bien”. Y la verdad, me hizo pensar mucho, no porque yo lo crea sino porque hay mucha gente que piensa que es cierto. Sobre todo, con el clima de inseguridad que se vive en nuestro país, situación que agrava la visión de los habitantes de la mayoría de los estados de la República. Pero analicemos detenidamente esta aseveración: ¿será cierto que a los malos siempre les va bien?

En primer lugar, ¿quiénes son los malos? Podría parecer muy fácil responder: todos los que dañan a los demás son los malos. Los seres humanos somos buenos por naturaleza, pues Dios nos hizo así. Con la edad y las experiencias de la vida vamos adquiriendo la noción de maldad y bondad. Un bebé llora para expresar sus necesidades, no para molestar a su madre. Su acto no es realizado por maldad, sencillamente no puede hacer otra cosa para llamar la atención. Igual puede pasar con un niño pequeño que toma un dulce sin permiso o extrae algún juguete de una tienda o pelea con su hermano, no saben que esos actos son indebidos hasta que se les explica que no deben hacerlos.

Ahora bien, cuando la persona tiene uso de razón, ya está capacitada para saber distinguir lo bueno de lo malo, tanto que su conciencia le reprocha cuando daña a su prójimo, sea cual sea la manera en que lo haga. Pero para tener la certeza de que esa persona entiende que está incurriendo en un mal, tendría que reunir varias condiciones, como que él o ella, sepa que el acto es intrínsecamente malo, es decir, que independientemente de la intención o las circunstancias en que se dé, se trata de algo malo, como atentar contra la vida en cualquiera de sus etapas. Además, debe ser una acto libre y voluntario, sin que nada ni nadie lo haya forzado a cometerlo, sin embargo, hay ocasiones en que la conciencia de la persona puede estar deformada por una enfermedad mental o un daño psicológico, caso en el que su voluntad estaría afectada seriamente y que disminuiría la responsabilidad del acto.

Pero entendamos bien algo, nada justifica matar y menos si se trata de un inocente o indefenso, tampoco esclavizar, maltratar o atentar contra la integridad de las personas. Y en esto se incluye desear la muerte, independientemente de las acciones del otro, aunque haya causado un gran daño.

Ahora bien, ya que desmenuzamos la parte de la maldad, viene lo interesante: todos, en algún momento de nuestra vida, podemos ser malos. Cada quien haga su examen de conciencia y pensemos en las mentiras, maledicencias, pleitos, desdenes, altanerías, rechazo a la voluntad divina, en fin, todas las acciones, pensamientos, palabras y bienes que hemos dejado de hacer porque no somos cien por ciento buenos. Todos tenemos nuestros momentos oscuros.



Pero volvamos nuestra atención a los casos extremos, donde claramente, nos damos cuenta de que hay individuos que cometen atrocidades y que son conscientes de que hacen mal y, al parecer, no les importa. A esos nos estamos refiriendo entonces cuando creemos que siempre les va bien. Quizá en un principio, sí, aparentemente. Cuando comienzan con sus fechorías y no los atrapan, o viven con lujos y comodidades obtenidos con injusticias, podemos caer en el espejismo de su bienestar. Sin embargo, no es verdad que les vaya bien. Viven en constante zozobra porque saben que en un descuido pueden perder todo, incluso su vida o la de sus seres queridos. Van sembrando enemistades que, tarde o temprano, les cobrarán factura. Rompen lazos de amistad y confianza porque son incapaces de practicar la lealtad. Se hunden en vicios y excesos de toda clase que tarde o temprano acabarán con su salud. No, no les va bien. Han decidido escoger el hedonismo y la vida fácil dando placer a todos sus sentidos y pasando encima de los demás, pero no son felices.

Al que verdaderamente le va bien es a aquella persona que trabaja y gana el pan con el sudor de su frente, que come del fruto de su esfuerzo, que construye relaciones fuertes y estables, basadas en valores como el respeto, la honradez y la honestidad, que vive cada día agradecido con lo que Dios le da, aunque muchas veces atraviese por duras pruebas, que tiene una familia que ama y que vive para él, que alcanza sus metas con voluntad y ayuda a sus semejantes para que alcancen las suyas, que se solidariza con quienes sufren y pone en obra sus convicciones, que entiende que en esta vida todo el bien que se siembra se cosechará en algún momento y se esmera para que otros colaboren sirviendo a la sociedad en la que viven. Esa persona es feliz, y sí, le va bien, aunque a veces, no se dé cuenta.

Abramos los ojos y el corazón a lo que Dios nos da diariamente y aprovechemos cada segundo de los bienes que recibimos, porque la vida se va y no regresa.

¡Que tengan una excelente semana!









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