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El abrazo
Entrevista a Mikel Azurmendi


Por: Luis Javier Moxó Soto | Fuente: Catholic.net



Hay muchas clases de abrazos, más o menos sinceros. Si los da quien no tiene doble cara, y proceden de la verdad de uno mismo, son capaces de comunicar sosiego y paz, incluso reconciliación. Entonces puede producirse el encuentro y reconocimiento de lo verdadero, de lo que permanece. Porque la comunión es y lleva a la liberación.
 
El primer impacto con este libro “El abrazo. Hacia una cultura del encuentro”, de la editorial Almuzara, y su autor, Mikel Azurmendi, filósofo y antropólogo social, lo tuve en su presentación con ocasión del evento Encuentro Madrid 2018. Me pareció muy entrañable, pero sobre todo muy sincero y objetivo en su forma de abordar el encuentro con la realidad sociológica de la Fraternidad de Comunión y Liberación, movimiento al que pertenezco y en el que he encontrado, o reconocido, todo lo que da (o está dando) sentido a mi vida.

Posteriormente, en los Ejercicios Espirituales de CL, en Rímini, del 12 al 14 de abril de 2019, nuestro presidente, el sacerdote Julián Carrón cita a Mikel Azurmendi, y quería preguntarle al autor en busca de una mayor aclaración o respuesta. Esas dos razones, más que suficientes cada una, me movieron a pedir esta entrevista.

Azurmendi, licenciado en Filosofía por la Universidad de la Sorbona de París, fue profesor en esa universidad durante sus años de exilio. También es doctor en Filosofía por la Universidad del País Vasco. Fue presidente del Foro Social para la Integración de los inmigrantes; ha trabajado en el Instituto Cervantes de Tánger. Fue el primer portavoz del Foro de Ermua y fundador de ¡Basta Ya! Ha sido Premio Hellman/Hammet en 2000, nominado por Human Rights Watch, y también IV Premio a la Convivencia en 2001, por la Fundación Miguel Ángel Blanco.

Mikel, ¿qué deseo o necesidad de abrazo, de compañía, de verdad, de sentido,... tiene la humanidad en este cambio de época actual, especialmente las personas concretas que sufren las adversidades y mediocridades del tiempo presente? ¿cómo distinguir un abrazo o compañía auténtica para la vida de la que no nos hace crecer y madurar?

Así como comenzó a suceder en Suecia a finales del siglo XX, también entre nosotros están ya muriéndose ancianos en la soledad más completa, sin compañía ninguna. Al cabo del año, entre nosotros se van suicidando cada día 16 españoles. Lo que se ha dado en llamar violencia de género no es más que desamor, envidia del ex, resentimiento por haberse quedado uno solo. Todo ello con una falta absoluta de contención de la ira y un recurso inmediato a la violencia. La gente vive cada vez con más temor e incertidumbre. El individuo apenas tiene más contornos sociales que los virtuales de las redes y guasaps, y así es como ha llegado a ser un presidiario que va a trabajar, hacer compras y pasear a su perro. O es un parado que ansiaría hacer eso mismo. La depresión ha llegado a ser la enfermedad democratizada que tratamos con el terapeuta, o sea, la química. O recurriendo al vahído del alcohol y la droga.
Esta es la gran enfermedad de nuestra sociedad porque el humano es un ser necesitado del otro humano, de su amor, de amar y ser amado, de abrazar y ser abrazado, de acompañar y vivir en compañía.

Una prueba en negativo de que esto es así son las cárceles francesas adonde llegan delincuentes sin soldadura social ni anclaje en sus familias musulmanas. Al más mínimo encuentro de un rostro acogedor o al abrazo de un yihadista, esos presos se vuelven de inmediato yihadistas que recurren al terror. Ese abrazo los acoge, pero inyectándoles odio, no amor.




En su libro "El abrazo" nos narra el descubrimiento de la Fraternidad de Comunión y Liberación a través de una serie de lugares, rostros y hechos concretos. ¿Cómo fue su primer encuentro? ¿qué le provocó o hizo cambiar? ¿qué perdura en usted de esa experiencia personal en la actualidad?

Mi primer sopetón hace tres años fue un indecible  asombro ante una muchedumbre de gente (EncuentroMadrid en la Casa de Campo) que era muy diferente de las muchedumbres que yo conocía del fútbol, de mítines y manifestaciones. Gente que se comportaba con amabilidad y enorme respeto, pausada y alegre. Aquí “pasa” algo, le dije a mi mujer. Pronto vimos que lo que sucedía era un encuentro de gente venida a verse y estar en compañía, a escuchar testimonios de familias que acogían a niños enfermos y discapacitados, a escuchar a unos profesores recién estrenados explicando su entrega y acompañamiento a los chicos o a un ex-presidiario brasileño que daba fe de cárceles abiertas y sin guardianes, donde los presos se sienten queridos y ninguno huye de ellas: porque “nadie huye del amor” aseguraba él. En fin, asistíamos a algo que la prensa calla y casi nadie conoce, pero que hace sostener a una sociedad llena de resquemor por la corrupción, el paro, la mala gestión política y hasta el odio guerracivilista.
Me propuse conocer todo aquello por dentro y asegurarme de los móviles que impulsan a las personas hacia una conducta tan humana y envidiable. Y me he pasado casi dos años, yo que estoy jubilado, yendo a determinados colegios y a sitios marginales de droga adonde esta gente va para estar allá y llevar unos bocatas y hablar con quien necesite hablar. He hablado con muchos de ellos, con muchos que aun teniendo tres o hasta seis hijos, acogen a otros hijos necesitados de una familia. Y los tienen por hijos. Encontraba fabuloso ese estilo de vida de darlo todo, lo envidiaba para mí, y preguntaba por qué lo hacían y yo no lo había hecho. Por amor, lo hacen por amor a Jesús a quien ven en el necesitado. Y me convencí de que ese Jesús, cuya vida imita esta gente, además de un hombre singularmente portentoso, era Dios. Porque no es posible mantenerse imitándole, no un día ni dos, no un año ni dos, sino año tras año toda una vida, sin que ese mensaje de Jesús sea verdadero y el único camino para una humanidad más humana.
Entonces entendí qué es la Iglesia, una cadena de gente como ésta que no ha cesado de amar al otro y entregar su vida gratis por los demás. Esa experiencia mía me ha vuelto un hombre cambiado.


¿Cuáles son, a su juicio, las cuestiones pendientes que la sociedad española, y la Iglesia que peregrina en nuestro país, tiene respecto de la paz, la equidad, la justicia, el bien común...? ¿y en concreto respecto del País Vasco? ¿cómo está contribuyendo la Fraternidad de Comunión y Liberación a ponerlas delante y trabajar en su resolución?

No soy un hombre que pueda iluminar el camino de la Iglesia y a duras penas barrunto qué habría que cambiar a nivel social para establecer el bien común, o sea, el bien de cada uno para todos juntos. Creo que estamos en tiempos de recomenzar como en la época de los primeros cristianos. La Iglesia debemos recomponerla aprendiendo de aquellos primeros, pues en esta crisis ya no servirá un lavado de chapa y pintura. Hay que cambiar el motor, ponerle aquel otro de imitar a Jesús con la gasolina del amor.
Nuestro punto peliagudo hoy es el individualismo y, su derivada, el relativismo. El remedio contra esta base ideológica de nuestra conducta puede que sea la caridad entendida como amor al otro, un tipo de motivación que impulse nuestra libertad a ser entendida como búsqueda de vínculos con los demás. Envidia, resentimiento y odio son las únicas salidas que le ofrece al individuo el deseo mimético, esa creencia en suponer que uno es “auténtico” cuando de hecho sólo desea el deseo de otros, sigue la moda, ve las series que todos ven y milita en las ideologías del prestigio social.
En el País vasco no cambia la cosa. Aquí también se lleva ser de la mayoría social, adicto al individualismo en la vida diaria pero sumiso al colectivismo de la ideología nacionalista (esa de “yo, con los míos y fuera los demás”, esa de no ver mal lo que hizo ETA y creer que todo lo español es el enemigo).
Los cristianos debemos estar presentes allí donde hay necesitados y marginados, allí donde hay carencia de amor, de abrazo, y de encuentro. Para empezar, cubriendo tareas educativas pero también presentes en esos resquicios de la ideología del odio y la indiferencia. Sólo con vínculos fuertes de amor, perdón y misericordia podremos defender las instituciones en cuanto ligamen de unos con otros, empezando por la familia y siguiendo por las de ámbito municipal y estatal.
Hasta corroborar que España es un bien y que romperla nos traerá discordia y guerra.
Esa actitud la puedo ver ya en los cristianos de Comunión y Liberación pero también en muchos otros parroquianos sencillos.


En su experiencia de vida se habrá hecho alguna vez la pregunta de si hay algo que resista el embate del tiempo. ¿Se puede definir ese algo, aunque sea de modo aproximado? Y, en caso afirmativo, ¿cómo proponerlo a los demás?



Siempre se me ha hecho indigerible que el destino de las víctimas de los campos de exterminio y el de sus verdugos fuese el mismo. O sea, una eternidad de olvido de lo valioso.
Siempre me ha sobrecogido la idea de por qué nunca han faltado madres en la humanidad, madres que lo han dado todo por sus hijos. Y así desde el inicio de los tiempos del humanoide.
Cada vez me conmueve y anima que mucha gente vea que no es lo mismo hacer el bien que hacer el mal y prefiera esforzarse tras el bien dejando de lado el apetecible éxito social.
¿No es alucinante que el lenguaje esté basado en la confianza de que nos decimos la verdad y de que, si no fuese así, jamás hubiésemos hablado ni pensado? ¿No es extraño que ir en automóvil o en avión sea una pura cuestión de confianza en los chóferes y los pilotos? ¿O que comprar latas de sardina o carne o fruta sea confiar en que no nos envenena nadie?
La confianza mutua, el amor materno, el decirnos la verdad,  la defensa de la vida y la no crueldad ni daño al otro ¿por qué sí resisten el embate del tiempo? ¿Qué les hace ser indestructibles y permanecer? Esa base antropológica es el rescoldo de Dios, la imagen suya en nosotros, algo que nunca podrá desaparecer. Si desapareciera, desaparecería el humano. Por implosión de la transcendencia que hay en nosotros.
La que seguramente es la mejor chanson del cancionero francés respondía que todo lo humano se va, todo se esfuma con el tiempo, y daba un repaso a nuestros grandes deseos de pervivencia terminando “avec le temps tout s´évanouit”, todo se desvanece con el tiempo. Léo Ferré esculpió con su voz el paso del tiempo: Avec le temps, va, tout s´en va, on oublie le visage et l´on oublie la voix... (Rostro y voz se van con el tiempo y se olvidan...). Ese cantor que yo he preferido siempre no creía en la trascendencia y, como nadie, cantó la explosión de nuestra inmanencia en nada más que evanescencia.
¿Qué resiste el embate del tiempo? Sólo la belleza del rostro de Jesús, tan sólo su voz con la certeza de que nada más que el amor hace justicia. Lo que el humano puede llevar dentro, y a menudo lleva, es la belleza del rostro de Jesús.



El abrazo de Mikel Azurmendi y Julián Carrón. (Foto: Felipe A. Rojas)

Muchas gracias, Mikel, por concedernos esta entrevista. Le confieso que un motivo muy importante para mí, que pertenezco a la Fraternidad de Comunión y Liberación, ha sido meditar en las líneas que le dedicó en abril pasado, con ocasión de unos Ejercicios Espirituales en Rimini, nuestro presidente de CL, Julián Carrón y que le pido comente brevemente. Él decía:

"Me ha sorprendido recientemente Mikel Azurmendi, un amigo que nos conoció hace dos años. Sociólogo, profesor del País Vasco, asombrado por lo que veía, fue tan leal con el impacto que provocó en él lo que percibía que pasó dos años visitando todas nuestras comunidades españolas, las vacaciones, las caritativas, los colegios, porque quería entender. Es como si Azurmendi nos devolviese lo que nosotros muchas veces ya no vemos. Llega al Encuentro Madrid y, después de apenas diez minutos, observando la diferencia en el modo de tratarse, de estar juntos, «ciertas resonancias de esta compañía»,
dice: «Aquí pasa algo». No puede dejar de mirar todo sin reconocer que en esa modalidad de estar juntos, de tratarse, de mirarse, de buscarse, de interesarse por todo, hay algo distinto que le lleva a afirmar –partiendo de lo que se le había dicho mucho tiempo antes; de hecho había estado en el seminario de joven–: «Es Él. Solo lo divino puede ser el origen de esto».
La diversidad humana con la que se topó Mikel, como cada uno de nosotros, es el milagro más grande. «Se puede definir el milagro como un acontecimiento,
es decir, como un hecho experimentable por medio del cual Dios obliga al hombre a fijarse en Él, en los valores de los que quiere hacerle partícipe: un hecho con el que Dios llama al hombre para que este caiga en la cuenta de su realidad.
Se trata de un modo con el que Él impone sensiblemente su presencia». No se trata de algo que nos hemos imaginado y que un instante después se desvanece."

Seguramente hay algo de verdad en esas palabras de Julián Carrón, al menos cuando asegura que el milagro más grande que pueda haber en el mundo es el del encuentro humano, el de toparse con alguien que te mira y tú te sientes mirado, el de darse de bruces con gente que vive en el amor al otro y te vuelve envidiable lo que hacen, o con gente que canta como ángeles y tú te sientes transportado, o con gente que da la mano y acompaña al joven...
Dios nos para y nos sacude haciéndose el encontradizo pues está Él mismo en carne y hueso cuando nos topamos con gentes que aman y abrazan al otro. Por lo visto siempre ha sido así, se encontró con Pedro y otros que volvían de pescar, les dijo si querían venir con él y lo siguieron; vio a un recaudador de impuestos subido a un árbol, le miró y le dijo que se bajase y lo invitase a su casa. Y Mateo se le apegó para siempre. Dios está en cada perdón que le prodiguemos a un cabrón de vecino o en cada visita que le hagamos a un familiar odioso. Hasta es posible que ese vecino y nuestro familiar se den cuenta un día de que es Dios quien le acontece en esas acciones de encuentro.







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