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29 de octubre de 2020

La tristeza del amor
Santo Evangelio según san Lucas 13, 31-35. Jueves XXX del Tiempo Ordinario


Por: Francisco J. Posada, LC | Fuente: www.somosrc.mx



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Cristo, Rey nuestro.
¡Venga tu Reino!

Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)

Te quiero sentir cercano, Señor. Quiero aprender a verte con otros ojos que me puedan revelar lo importante que eres para mí. Perdóname por las ocasiones en que no te he hecho caso y he preferido otras cosas antes que a ti. Ábreme los ojos para ver lo que Tú ves y sentir lo que Tú sientes.

Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Lucas 13, 31-35

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le dijeron: "Vete de aquí, porque Herodes quiere matarte".

Él les contestó: "Vayan a decirle a ese zorro que seguiré expulsando demonios y haciendo curaciones hoy y mañana, y que al tercer día terminaré mi obra. Sin embargo, hoy, mañana y pasado mañana tengo que seguir mi camino, porque no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén.

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas y apedreas a los profetas que Dios te envía! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas, pero tú no has querido!

Así pues, la casa de ustedes quedará abandonada. Yo les digo que no me volverán a ver hasta el día en que digan: 'Bendito el que viene en nombre del Señor'".

Palabra del Señor.

Medita lo que Dios te dice en el Evangelio

Cristo se enfrente a una ciudad que no ha reconocido su amor profundamente; saben que son especiales, pero, muchas veces, se olvidan de Dios por las cosas que les da, que los distraen de lo que es importante, centrarse en la persona. Cristo quiere que experimenten su amor como lo experimentó san Pablo que llegó a decir: «¿qué nos separará del amor de Cristo?» Se sentía amado por una persona que le comprendía, que le hacía el ideal de un Dios todopoderoso, a su medida por el amor.

Una persona con la que se puede relacionar, hablar, reír, llorar. El amor de Dios llega a ser tan personal que se puede comparar al de una madre que quiere reunir a sus hijos alrededor suyo, tenerlos cerca y poderlos abrazar y besar. El amor de una madre, o una mujer, es una ventana al amor infinito de Dios.

Cristo se entristece cuando alguien no acepta este amor, no lo comprende o lo ignora. Este corazón que no ha hecho más que amar a cambio recibe indiferencia, como decía Cristo a santa Faustina: «Al menos tú ámame.» Una persona que no comprende el amor no puede ser fiel porque le falta ese elemento para estar siempre atento al amado. Y deja espacio para que entren otras cosas en su corazón y la persona importante se va haciendo a un lado dentro del corazón. Solo nos queda preguntarnos si hemos aceptado el amor que viene de Dios como un amor personal y real.


«El amor gratuito que inspira los gestos de servicio a los necesitados no es sólo la levadura, sino también la fragancia del pan recién horneado. Atrae y convence. Los jóvenes en particular necesitan sentir esta fragancia, porque en muchos casos les falta en su experiencia diaria. En un mundo donde abundan el egoísmo y la división precisamente el noble gusto por el amor incondicional sirve de antídoto y abre el camino al significado trascendente de nuestra existencia».
(Homilía de S.S. Francisco, 8 de noviembre de 2019).


Diálogo con Cristo

Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.

Propósito

Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.

Saludar a alguien que me encuentre en la calle y preguntarle cómo está, interesándome por él o ella.

Despedida

Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.




Reflexión de Mons. Enrique Díaz en audio:





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