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«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca»
Reflexión del domingo III del Tiempo Ordinario Ciclo B


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



Cuando no hace mucho tiempo que celebrábamos el Tiempo de Adviento e inmediatamente después el de Navidad, nos regala el Señor hoy a través de la liturgia de la Iglesia una Palabra que podría enmarcarse perfectamente en el tiempo de Adviento, ya que el Señor vuelve a hacer hincapié en una seria llamada a la conversión ante la llegada de Cristo, porque ciertamente, toda nuestra existencia es un tiempo de Adviento, de preparación para la segunda venida de Cristo: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15).

Al escuchar la Palabra de hoy se me hace presente una cita de San Pedro: «No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión» (2 Pe 3,9), y resuenan en mi corazón las palabras de Dios en boca del Profeta Ezequiel: «¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado - oráculo del Señor- y no más bien en que se convierta de su conducta y viva?» (Ez 18,23).

A pesar de que la primera lectura trata de la misión de Jonás y la conversión de los habitantes de Nínive (Jon 3,1-5.10), el Señor se dirige hoy a cada uno de nosotros, miembros de su Iglesia, debido al gran amor que nos tiene: «El celo por tu Casa me devora» (Jn 2,17). Basta con escuchar la segunda lectura de la Palabra de hoy para percibir la llamada a no echar en saco roto la gracia de Dios y a tomar en serio nuestra vida: «Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa» (1 Co 7,29-31). Así, se me hacen presente mientras rezo estas palabras también de San Pablo: «Porque ya es hora de despertaros del sueño, que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se echa encima. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias» (Rm 13,11-14); además de las de San Pedro: «Tomad en serio vuestro proceder en esta vida, sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo» (1 Pe 1,17-19).

Dios se ha revelado como un Dios celoso (Ex 20,5), que «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2,4), y, como rezamos en el salmo de hoy, «su ternura y su misericordia son eternas» (Sal 24,6). Dios nos hace hoy concretamente la siguiente llamada: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15). Es decir: «Si os volvéis a Dios de todo corazón y con toda el alma, siendo sinceros con Él, Él volverá a vosotros y no os ocultará su rostro» (Tb 13,6). Dios ansía y desea ser acogido, ser amado. Desea salvarnos. Y no se trata solamente de cambiar de vida, que por supuesto que también, sino sobre todo en creer en el amor y el poder de Cristo, que no viene a condenar sino a salvar: «Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados» (Jn 8,24). El Señor no se escandaliza de nuestras infidelidades sino que desea que volvamos a Él y que le sigamos con fidelidad.
Pero respetará siempre nuestra libertad. Nunca se impone, nunca nos violenta, sino que espera que le acojamos libre y voluntariamente: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20).

Por eso, recemos hoy con el Salmo Responsorial: «Muéstrame tus caminos, Señor, enséñame tus sendas» (Sal 24,4). Porque hay veces en que, creyendo más al maligno y aliándonos con él, acabamos destruidos, porque como dice San Pablo: «El salario del pecado es la muerte» (Rm 6,23). Pero el camino del Señor, aunque más duro, más exigente, nos conduce a la VIDA y VIDA ETERNA: «Pongo hoy por testigos contra vosotros al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él; pues en eso está tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra que el Señor juró dar a tus padres Abraham, Isaac y Jacob. Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos del Señor tu Dios que yo te prescribo hoy, si amas al Señor tu Dios, si sigues sus caminos y guardas sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y multiplicarás; el Señor tu Dios te bendecirá en la tierra a la que vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a postrarte ante otros dioses y a darles culto, yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio y que no viviréis muchos días en el suelo que vas a tomar en posesión al pasar el Jordán» (Dt 30,19-20.15-18). El camino del Señor, tal y como lo ha revelado Él mismo, es el mismo Jesucristo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6).



Así, se escucha hoy el lamento del mismo Jesucristo y la pregunta que nos hace hoy a cada uno de nosotros: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,67). Es decir, ¿preferimos la muerte, la nada antes que al mismo Señor? Porque dirá San Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Y nosotros, que lo sabemos, que lo hemos experimentado, ¿cuántas veces no abandonamos al Señor por tonterías, o por cosas que poseen gran valor a nivel humano, pero que no tienen VIDA ETERNA? «Porque esta es la Vida Eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Por tanto, hoy el Señor nos llama a convertirnos, a volver nuestro corazón sinceramente a Él, porque fuera de Él, buscando vida, lo que encontramos es muerte, vacío; mientras que con Cristo, aún con sufrimientos, encontramos Vida y Vida Eterna. Por tanto, «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc 1,15), para continuar con la misión evangelizadora en esta cultura de muerte que desprecia totalmente a Dios, y con Él, al ser humano. Así: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Jn 2,15-17); «Por tanto, amados míos, huid de la idolatría» (1 Co 10,14). Feliz domingo.







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