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Lección 54 La Clemencia
La clemencia hace que las personas tengan sentimientos de compasión y misericordia que moderen el rigor de la justicia en cuanto al castigo que deba aplicarse sea debido y ganado.


Por: Marta Arrechea Harriet de Olivero | Fuente: catholic.net



Curso: Las 54 virtudes atacadas
Autora y asesora del curso: Marta Arrechea Harriet de Olivero
Lección 54 La Clemencia

La Clemencia


La clemencia, hija menor de la templanza, es la virtud que “inclina al superior a mitigar, según el recto orden de la razón, la pena o castigo”. (1)

Dicho en otras palabras, es la virtud que nos lleva a moderar un justo castigo.
La clemencia no trata del perdón total de la pena, sino del perdón parcial o mitigación de un justo castigo. Se trata de quitar lo que puede haber de exceso en un castigo merecido, pero no quiere decir anularlo. Para que sea virtud debe ejercerse por indulgencia, misericordia y bondad de corazón y sin comprometer los fueros de la justicia. No debe hacerse por dinero, (que sería soborno), u otro motivo bastardo como por ejemplo, ideológico.

La clemencia hace que las personas tengan sentimientos de compasión y misericordia que moderen el rigor de la justicia en cuanto al castigo que deba aplicarse sea debido y ganado. Es la suavidad y dulzura de ánimo que hace que el hombre rebaje las penas. Es la virtud que se opone a la crueldad. Fue la virtud propia de los príncipes cristianos, quienes la ejercían con los reos de muerte, especialmente los Viernes Santos en memoria del Divino Crucificado.

Ya Séneca decía: “La clemencia es la templanza en el poder de castigar” y los romanos también la tenían entre las virtudes a las cuales querían aspirar. La llamaban la “clementia” o merced. Era una de las virtudes que dieron a la manera romana la fuerza moral necesaria para conquistar y civilizar el mundo.

Así como la misericordia socorre las miserias del prójimo mediante beneficios, la mansedumbre apacigua la pasión o la ira interna, la clemencia, si bien reconoce la falta, rebaja la dureza del castigo por bondad.

Un gesto de clemencia sería el mejorar las condiciones de vida en las cárceles, vigilar que la limpieza y la comida sean dignas o dejar asistir a un prisionero (con las debidas custodias de seguridad) al entierro de sus padres, mujer o hijos. Pero no soltar los presos. Este tema es necesario aclararlo bien por su actual confusión.

La pedagogía divina enseña que hay un premio (el cielo) para quienes actuaron bien y un castigo (el infierno) para quienes libremente eligieron actuar mal. Toda estructura legal para que sea justa y defienda los derechos de ambas partes debe estar edificada respetando este principio de justicia divino. De ahí que la justicia, para que sea virtud deba estar regida por este principio sea “dar a cada uno lo suyo lo que le corresponde, a lo que tiene derecho” y para edificar una sociedad justa y ordenada con un orden justo en sus leyes se debe respetar este principio divino.

El que delinque debe ser castigado. En primer lugar por un acto de justicia, de “darle a cada uno lo suyo lo que le corresponde”. En segundo lugar para tratar de restituir con la pena el daño hecho a otra persona “a lo que tiene derecho”, (aunque muchas veces sabemos que es imposible e irremediable). En tercer lugar para que su castigo o pena sea ejemplar, es decir sirva de ejemplo, sea un llamado de atención al resto de la sociedad para no cometer los mismos delitos y no tener que pagar el mismo precio del castigo.

Por exceso a la clemencia se opone la demasiada blandura que perdona y mitiga imprudentemente las justas penas que es necesario imponer a los culpables para ordenar la sociedad. Es muy pernicioso y subversivo para el bien público, según la ley natural y la ley divina, esta impunidad ante el delito, porque lo fomenta atentando contra la paz y el bienestar de los ciudadanos.

El mejor ejemplo de esto es lo que sucedió con el atentado a S.S Juan Pablo II por el terrorista turco Alí Agca el 13 de Mayo de 1981 en la Plaza de San Pedro, ciudad del Vaticano. El Papa recibió un balazo en el vientre y otro en la mano izquierda intentando matarlo. Años después, el 27 de Diciembre de 1983, Juan Pablo II visitó en la cárcel de Regina Coeli en Roma a quien quiso matarlo y lo perdonó, pero no impidió que se quedara allí 25 años presos y cumpliera su condena.

De ahí que sea contraria a la virtud de la clemencia “el garantismo” moderno que otorga todos los derechos y “garantías” a quienes delinquen.
Visto desde el ángulo de la ley natural y de la ley de Dios es subversivo. Es subvertir, trastornar, trastocar el orden público levantado sobre la pedagogía divina del premio y del castigo, enseñado en el catecismo básico de la Iglesia: “Dios premia a los buenos y castiga a los malos” .

Subvertir este orden es generar muchas injusticias y malestares, (que causan gran inestabilidad social), corazones resentidos, (y con razón), con una sed insatisfecha de justicia que genera caos, desprotección e inseguridad y descreimiento frente a la ley en los ciudadanos. Los gobiernos, (enemigos de Dios), expresamente generan este malestar y este descreimiento para manejar esa violencia que siembran en los corazones por tantas injusticias insatisfechas. Esta anarquía es “manejable” a futuro para sus propios fines.

Lo opuesto a un espíritu clemente es el espíritu cruel. La crueldad es la dureza de corazón en la imposición de las penas, traspasando los límites de lo justo, de la lealtad, del código de honor que existe aún dentro de los límites de combate de una guerra. Porque aún las guerras tienen su código de honor. Desde antiguo se sostiene universalmente que aún en la guerra legítima y justa el daño enemigo no debe exceder una cierta proporcionalidad de la función bélica. Hay crueldades mayores, aún en la deshumanización que implican las guerras como lo fueron los campos de concentración de los nazis en la segunda guerra.

Pero la crueldad, que es el placer de la persona que se deleita en hacer el mal a un ser vivo, tiene muchas manifestaciones sociales aún a niveles dantescos. La colosal crueldad de inventar guerras para generar negocios gigantescos vendiendo las armas y reconstruyendo después, las ciudades arrasadas por ellas… Iniciar en la droga y en el submundo de la pornografía a los niños…adolescentes y jóvenes en un camino generalmente sin retorno… sabiendo y conociendo el daño y el océano de lágrimas que esto causará en millones de personas… Y todo esto por plata…

Y hay también crueldades que podemos cometer en la vida diaria aún desde niños con los animales como por ejemplo: enterrar un gato vivo o arrojarle nosotros un canario para que se lo devore, meter a un ratón dentro de un secarropas o dentro de un tarro de pintura sintética y verlo después caminar agonizando mientras nos divertimos con el espectáculo... Porque una cosa es matar animales para alimentarse, que es licito, y otra cosa es hacerlos sufrir y hasta morir para divertirse.

Más adelante, ya mayores, podemos ser muy crueles aún con las palabras. Si somos mujeres, diciéndole a nuestro amigo del colegio que no queremos salir con el porque es “gordo”, o un día que estamos enojados, recordarle que el no es hijo de quien cree que es su padre… Los adolescentes en el colegio son a veces muy crueles, haciendo resaltar los defectos físicos de sus compañeros y llamándolos el “tuerto” (si no ve bien), el “enano” (si es petiso), el “burro” (si le cuesta entender), etc. Esto, que parece muy inofensivo, tal vez puede generar enormes complejos de inferioridad que costaran superar y producirán heridas muy profundas que pueden marcarnos toda una vida.

Otra faceta más grave aún es la ferocidad, (que es cuando los hombres se complacen en hacer sufrir a otros). Los hombres crueles y feroces se complacen en castigar y en hacer sufrir, y muchas veces lo hacen sin medida e innecesariamente, tanto a las personas como a los animales.

Una de las grandes batallas del cristianismo fue luchar contra la ferocidad del mundo pagano. Los paganos no sólo “mataban” a los cristianos. Los “martirizaban”, que era el provocarles el mayor dolor posible. San Lorenzo fue asado en una parrilla vuelta y vuelta. A Santa Ageda le arrancaron los pechos con tenazas hirviendo, a Santa Lucía le arrancaron los ojos y se los pusieron en una bandeja. Los mártires devorados por fieras que se los comían mientras estaban vivos... y de algún modo hasta gozaban de ello... Porque uno se pregunta... ¿Cómo puede ser que mientras los leones se comían a las personas por el sólo delito de “creer” en Dios el circo entero gritaba y disfrutaba del espectáculo?... La Iglesia logró a través de los siglos suavizar y enternecer los corazones y las costumbres de estos bárbaros... Del siglo V al X sigue moderando las costumbres de las guerras y poniendo clemencia a su ferocidad con trabas concretas como: preferir el duelo de dos adalides que la masacre de miles, prohibir el uso de determinadas armas, prohibir la guerra los domingos, durante Semana Santa y las fiestas litúrgicas, etc.

Nuestra sociedad moderna a través del cine, de la televisión e internet nos bombardea continuamente con imágenes violentas y crueles, con escenas de una violencia inusitada. Desde los dibujitos animados para niños vemos a hombres y monstruos que matan a diestra y a siniestra por venganza sin piedad, litros de sangre que brotan a borbotones de todo tipo de heridas, bombas que hacen saltar a los seres humanos por los aires. Tanta frialdad con la que se asesina y tanta sangre a borbotones lo que busca es insensibilizar a las personas. Hacerlas crueles.

Valga esta simple y sencilla anécdota a modo de conclusión de este libro. Un abuelo sabio estaba teniendo una charla con sus pequeños nietos acerca de la vida y les dijo:

-“ Una gran pelea está ocurriendo dentro de ustedes. Hay dos “lobos” . Un lobo representa el Mal, encarnado en la rebeldía, el desorden, la ira, la envidia, la avaricia, el rencor, la crueldad, la soberbia, el orgullo, la mentira, la traición y el resentimiento.

- El otro lobo representa la Bondad, encarnada en la obediencia, el orden, la mansedumbre, el amor, la prudencia, el respeto, el perdón, la gratitud, la esperanza, la alegría, la fidelidad, la lealtad, la humildad y la verdad. Estos dos lobos están en continua lucha dentro de cada uno de ustedes y dentro de cada uno de todos los hombres de la tierra.”

Sus nietos se quedaron reflexionando en silencio... y después de unos minutos el más pequeño preguntó:

- “Abuelo... ¿Y cuál de los dos lobos crees tú que vencerá?...”
- “El que alimentes”…contestó el abuelo.-



Notas:
(1) “Teología de la perfección cristiana”. Rvdo P. Royo Marín. Editorial BAC. Pág. 611.

Ejercicio y tarea (para publicar en los foros del curso)


En relación a La Clemencia

1. ¿Qué es la virtud de la clemencia?
2. ¿Qué nos enseña la pedagogía divina?
3. ¿Qué sentimientos produce en nosotros, al actuar con clemencia?
4. ¿Qué vicio se opone a esta virtud? ¿Por qué?
5. ¿Qué es lo que genera en la vida de las personas, al comportarnos cruelmente?
6. ¿Algún comentario o sugerencia?



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