Menu


«Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos»
Reflexión del domingo XXIX del Tiempo Ordinario Ciclo B


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,42-45).

Vuelve el Señor en este domingo XXIX del Tiempo Ordinario con una Palabra con la que desea subrayar o hacer hincapié en el mensaje que nos regalaba el domingo pasado en el pasaje del «Joven Rico», en el que manifiesta la gran paradoja que supone seguir a Jesucristo.

El Señor deja claro de nuevo con la Palabra de hoy una idea fundamental para intentar asimilar lo que nos dice el Señor: «Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos - oráculo del Señor-. Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los vuestros y mis pensamientos a los vuestros» (Is 55,8-9).

El Señor vive e invita a vivir a los que queremos seguirle y SER UNO CON ÉL de forma totalmente diferente y opuesta a cómo se vive en el mundo. Le dirá el mismo Jesucristo a Poncio Pilatos: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí» (Jn 18,36).

En este mundo, tal y como dice el mismo Jesucristo en el pasaje del Evangelio de hoy, «los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder» (Mc 10,42), y no sólo los poderosos del mundo, sino que cada uno de nosotros al nivel en el que vivimos, muchas veces tendemos a querer ser los primeros, tendemos a creernos siempre mejores que algún compañero, cónyuge, hermano, amigo, vecino; tendemos a buscar ser los primeros. Y el Señor hoy habla con absoluta claridad sobre cuál es la verdadera escala de valores que debe modelar nuestra vida, que no es sino la misma en la que Jesucristo vivió su existencia terrena: El Amor al Padre y al Prójimo: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Nosotros amemos, porque él nos amó primero» (1 Jn 4,10.19); «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,43-45).



Jesucristo vive su existencia en una profunda relación de intimidad con su Padre haciendo siempre voluntad de Éste: «Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). Y no se trata simplemente de dejarnos un modelo a imitar de forma jansenista sólo con nuestras propias fuerzas. Ya dirá el mismo Jesucristo: «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5). El Señor nos ha dado el Espíritu Santo para llegar a ser UNO CON ÉL, y así, vivir como vivió Él: «En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rm 8,14-16).

Y la forma en la que vivió Jesucristo en su vida terrena y quiere seguir viviendo en cada uno de nosotros tiene la característica del abandono absoluto y la obediencia absoluta a la voluntad de su Padre, que no es sino que todos los hombres se salven (1 Tim 2,4), y, para ello, el Señor entrega totalmente su vida sin quedarse con ninguna mínima reserva para sí: «Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente» (Jn 10,18). Así, toda su existencia no será sino un camino de descendimiento a lo más ínfimo del ser humano: «A quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2 Co 5,21); «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Ef 2,6-8).

Por tanto, el Señor vuelve a clarificar que no hay más camino para seguirle a Él que el camino de la Cruz, que no hay más medio para amarle que el de la Cruz. Recuerdo ligeramente cómo en un escrito, un santo, creo, decía que si llegamos a perder el camino, si no sabemos qué hacer en la vida en algún momento, basta mirar un crucifijo para retomar el camino. Muchas veces queremos llegar al Domingo de Resurrección sin pasar por el Viernes Santo. Como dirá San Juan de la Cruz: «Porque, para entrar en estas riquezas de su sabiduría, la puerta es la cruz, que es angosta. Y desear entrar por ella es de pocos; mas desear los deleites a que se viene por ella es de muchos» (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual).

El camino que nos presenta el maligno es totalmente el opuesto al que nos presenta Cristo. El maligno nos invita a rebelarnos ante Dios, a rechazar totalmente la Cruz, haciéndonos creer que nosotros somos Dios y que podemos amar al otro mientras nos edifique, nos ayude, nos proporcione alguna ganancia del tipo que sea, pero amar y servir al que no te da la razón, al que no te edifica, al que no hace tu voluntad, eso no es justo que se haga. Porque el maligno utiliza medias verdades para engañarnos y seducirnos. Me decía hace tiempo una alumna que el perdón no es justo. Que si una persona hace daño, merece un castigo. Y no soportaba el perdón. Le parecía algo aberrante.

El amor de Cristo es signo de contradicción. Es aberrante para este mundo. Seguir a Cristo hoy es ir contracorriente. Significa que te digan de todo menos bonito. A Cristo le dijeron «Beelzebul», y ¿qué pretendemos que nos digan a nosotros? Hoy, seguir a Cristo con fidelidad supone intrínsecamente la persecución. Y si no somos objeto de persecución por el mundo, debemos comenzar a preguntarnos la verdadera razón de ello, si realmente vivimos en fidelidad a Dios o actuamos con complicidad con quien nos trata, si seguimos siendo del mundo. Dirá Jesucristo: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán» (Jn 15,18-20).



Es la paradoja de seguir y amar a Jesucristo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mt 16,24-26).

Cristo no se quedó en la muerte y nosotros si le somos fieles tampoco nos quedaremos en ella: «Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre» (Flp 2,8-11).

Por tanto, resuenan en mi interior las palabras que dijo nuestro querido San Juan Pablo II al inicio de su Pontificado: «No tengáis miedo». No tengamos miedo porque Cristo ya ha vencido. Pero «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,43-45). Feliz domingo.







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |