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Dios quiere llenarte de miel, pero tu corazón está lleno de vinagre
Dios nos espera en la oración para llevarnos por ese proceso de purificación que, aunque sea doloroso, logrará ensanchar nuestro corazón.


Por: Pbro. José Juan Sánchez Jácome | Fuente: Semanario Alégrate



Si bien nuestra vida cristiana siempre gira en torno al Señor, sentimos la necesidad -en tiempos fuertes como el adviento- de retirarnos y estar más atentos a lo que Dios quiere revelarnos en medio de las crisis y las dificultades que se van presentando.

Frente a las crisis que generan miedo y sufrimiento a veces no basta saber una respuesta, recordar lo que nos ha ayudado en otras ocasiones y volver sobre lo que está escrito, sino que en esas circunstancias necesitamos volver a escuchar la voz de Dios y experimentar la calidez de su presencia para que el mal no nos eclipse y nos haga perder de vista la cercanía y la fidelidad incondicional de nuestro Dios.

Retirarse a la oración y buscar más momentos para estar completamente dedicados al encuentro con Dios nos ayuda a descubrir el sentido profundo de los acontecimientos y un significado que va más allá de la realidad que puede ser dura y desafiante. Se trata, pues, de ir a nuestra celda interior para que escuchando a Dios en la intimidad podamos asumir mejor los retos de nuestra vida.

Si respetamos a través del silencio, del recogimiento y la meditación la dinámica de una experiencia de retiro y de ejercicios espirituales percibiremos que más que lo que podemos hacer, la vida espiritual es la acción del maestro interior en cada uno de nosotros. Uno se retira para estar a la disposición del Espíritu Santo, del maestro interior, y de lo que poco a poco nos vaya revelando.

En su encíclica Spe salvi, Benedicto XVI señala: “Rezar no significa salir de la historia y retirarse en el rincón privado de la propia felicidad. El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás” (n. 33).



Tenemos que buscar momentos para apartarnos de nuestras actividades habituales y estar más dispuestos para el encuentro con el Señor. En estos momentos de intimidad no se busca únicamente el consuelo y la paz, sino que vamos de antemano conscientes de la necesidad que tenemos de un proceso de purificación el cual se puede tornar doloroso pero necesario para superar nuestras crisis y hacernos capaces para Dios y para los hermanos.

En este mismo documento Benedicto XVI, recurriendo a San Agustín, explica cómo actúa el Señor en el alma cuando aceptamos entrar en este proceso de purificación:

“Agustín ilustró de forma muy bella la relación íntima entre oración y esperanza en una homilía sobre la Primera Carta de San Juan. Él define la oración como un ejercicio del deseo. El hombre ha sido creado para una gran realidad, para Dios mismo, para ser colmado por Él. Pero su corazón es demasiado pequeño para la gran realidad que se le entrega. Tiene que ser ensanchado. «Dios, retardando [su don], ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz [de su don]»… Después usa una imagen muy bella para describir este proceso de ensanchamiento y preparación del corazón humano. «Imagínate que Dios quiere llenarte de miel [símbolo de la ternura y la bondad de Dios]; si estás lleno de vinagre, ¿dónde pondrás la miel?» El vaso, es decir el corazón, tiene que ser antes ensanchado y luego purificado: liberado del vinagre y de su sabor. Eso requiere esfuerzo, es doloroso, pero sólo así se logra la capacitación para lo que estamos destinados. Aunque Agustín habla directamente sólo de la receptividad para con Dios, se ve claramente que con este esfuerzo por liberarse del vinagre y de su sabor, el hombre no sólo se hace libre para Dios, sino que se abre también a los demás” (n. 33).

No debemos permitir que las crisis radicalicen la desesperanza y el desánimo, generando una mirada depresiva que se torna ácida cuando absolutiza el mal que estamos enfrentando.

Los cristianos tenemos en la oración y en la vida espiritual un medio imprescindible y eficaz para reconocer a Dios en medio de la adversidad. Tenemos, por tanto, que dejar que Dios vacíe nuestro corazón de todo el vinagre que ha ido llenando el vaso para que lo colme con la miel de su bondad y su ternura.



No podemos exponernos al agotamiento y al sinsentido cuando es dura la realidad que padecemos. Hay que buscar esos momentos de intimidad con el Señor. Delante de las dificultades que estemos enfrentando, Dios nos espera en la oración para llevarnos por ese proceso de purificación que, aunque sea doloroso, logrará ensanchar nuestro corazón para hacernos capaces para Dios y para los hermanos.







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