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¿El bautismo de Juan venía del cielo o de la tierra?
Meditación al Evangelio 13 de diciembre de 2021 (audio)


Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net



Las palabras de Balam, que nos narra el libro de los Números en la primera lectura, veladamente aún, anuncian al Mesías en la boca de un advino pagano, y suscitan la esperanza del pueblo de Israel. Todo el Antiguo Testamento tiende a Cristo como hacia su centro natural y Cristo cumple la obra que el Padre le ha confiado desde antiguo. Si las palabras del profeta despertaban la esperanza del pueblo, cuando Cristo llega muchos no son capaces de reconocerlo. No reconocen a Dios ni a su enviado Jesús.

Pero el discípulo fiel es capaz de descubrir el plan amoroso de Dios manifestado en las acciones concretas de su Hijo. Las obras dan razón de su autoridad. Las profecías son cumplidas. Los sumos sacerdotes y los ancianos, que se sienten con autoridad recibida de los hombres, cuestionan la autoridad de Jesús.

No son capaces de reconocer en la vida de cada día lo anunciado por los profetas. Cristo, al comprobar que ni sus obras ni sus palabras han  logrado abrir el corazón de aquellos hombres, les pone un cuestionamiento que no logran o no quieren, descifrar porque los pondría en evidencia delante de sus seguidores y, contradiciendo con sus hechos lo que predican, se niegan a responder. Prefieren el silencio y no comprometerse con una respuesta que implica riesgos y señalamientos.

Hoy también Cristo a nosotros nos exige respuestas, pero respuestas que nos comprometan. No quiere el silencio ni la indiferencia. No quiere evasivas o disculpas.  No busquemos excusas para justificarnos y negarnos a aceptar a Jesús. ¿Nosotros reconocemos la autoridad de Cristo? ¿Nosotros hemos aceptado su mensaje salvador? ¿En qué se nota? 

Que las palabras de libro de los Números que hoy nos anuncian al Salvador también despierten en nosotros sentimientos de esperanza. Que levantemos la cabeza buscando esa estrella que dará luz a nuestra vida. Que reconozcamos a Jesús como nuestro Mesías, como nuestro Dueño y como nuestro Rey.










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