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Libertades restringidas y tribus aisladas
Una reflexión seria sobre las posibilidades de romper con tantas dependencias tecnológicas.


Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net



En muchos lugares del planeta existen estructuras políticas que invaden casi todos los ámbitos de la vida humana. En muy pocos lugares existen pueblos o tribus aisladas que no están sometidas a las estructuras políticas dominantes en el planeta.

Por ejemplo, casi todos los habitantes de Europa tienen que obedecer a normas de sus ciudades, de sus regiones, de sus Estados, y de organismos internacionales, sobre todo en la así llamada Unión Europea.

Los niños europeos deben obligatoriamente ir a la escuela y recibir ciertas vacunas. Los adultos tienen que pagar un gran número de impuestos. Los propietarios de una casa no pueden remodelarla sin obtener antes una serie complicada de permisos.

Eso ocurre también en la mayoría de los lugares de América, de Asia, de África, de Oceanía: miles de normas regulan un sinfín de aspectos, de forma que mucha gente se siente casi asfixiada por las presiones de las autoridades, como si sus libertades estuvieran restringidas.

En cambio, en los así llamados pueblos (o tribus) aislados, aunque habiten dentro de Estados “modernos”, no rigen las normativas impuestas a los demás ciudadanos, casi como si se tratase de micronaciones o de oasis libres del exceso de leyes a las que están obligados los ciudadanos “civilizados”.



Surge entonces la pregunta: ¿qué ocurriría si personas concretas, por ejemplo un pueblo, o un barrio de una ciudad, pidieran a las autoridades una autonomía semejante a la que gozan las tribus aisladas?

Seguramente la negativa de los gobernantes sería completa: para vivir en este país o en este continente, hay que respetar todas las leyes y, sobre todo, pagar todos los impuestos.

Se aducirá fácilmente un motivo para esta negativa: si uno vive según las comodidades y la protección (sanitaria, administrativa, policial, jurídica) que se ofrecen en el Estado, debe someterse a todas las exigencias del mismo.

En cambio, las tribus aisladas, al situarse fuera de los beneficios propios de las civilizaciones tecnológicas, no están sometidas a las demás normas y leyes que valen para los demás ciudadanos.

A pesar de lo obvio de estos razonamientos, sigue en pie la pregunta: si un grupo de personas en un territorio concreto pidiera romper con los beneficios comunes para buscar modos concretos de vivir autónomamente como si fueran una nueva tribu aislada, ¿no tendrían el derecho de hacerlo?



Reclamar algo tan atrevido supone no solo una gran dosis de audacia, sino que exige una reflexión seria sobre las posibilidades de romper con tantas dependencias tecnológicas (basta con pensar en los aparatos eléctricos) y alcanzar un tenor de vida no solo aceptable, sino bello.

Por ello, seguramente no habrá grupos humanos del mundo tecnológico que pidan la “independencia” y opten por el aislamiento. Pero si algún día un grupo pidiera hacer esa aventura, estaríamos ante una interesante experiencia humana que no solo afectaría a ese grupo, sino a todo el planeta.

Porque ese grupo aventurero podría convertirse en un ejemplo real de que existen otros modos de vivir y de que son realizables, aunque seguramente con esfuerzos ingentes.

Ese modelo posible (ya existen tribus aisladas que viven de modo autónomo), además, ayudaría a muchos a pensar si no valdría la pena disminuir consumos y dependencias, y aspirar a un tenor de vida más sobrio y, como consecuencia, más libre...







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