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Como el grano de trigo
Meditación al Evangelio 17 de abril de 2022 (audio)


Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net



Una cruz ensangrentada queda como vestigio de la cruel muerte y se yergue abandonada en la cumbre del Gólgota. La túnica, como la esperanza de los discípulos, se pierde entre los ejecutores. La corona de espinas, ¿dónde quedó? El reposo del sábado hace más dolorosa la espera, más cruel el recuerdo y más oscuro el panorama. La traición de uno de los más cercanos, la huída despavorida de los más arrojados, las burlas que resuenan en los caminos del Calvario y después… el silencio, la nostalgia, la ausencia de esa presencia tan querida… ¿Todo acabó? ¿Ha sido un total fracaso? ¿Fueron sólo un bello sueño todos aquellos proyectos de un nuevo Reino de amor y de justicia? ¿Pudo más el poder de la maldad, la traición de los cercanos y una muchedumbre que hoy alaba y mañana mata, que la fuerza de la verdad? Todo parecería haber terminado… pero en el interior de la tumba y en el corazón de los creyentes, empieza a germinar la vida. El grano sembrado no queda infecundo. En la oscuridad de la noche, en el silencio de lo desconocido, va despuntando una nueva luz, una nueva vida. ¿Cómo sucedió? ¿A qué hora fue? Nadie sabe dar una explicación clara, pero todos la experimentan. Flota en el ambiente y en el corazón de cada uno de los creyentes. Así como la semilla no permanece podrida e infecunda en el surco, sino que al morir da mil frutos, así Jesús brota glorioso, resucitado, resplandeciente a una nueva vida. Y pronto el susurro se convierte en un grito poderoso que se difunde por todos los espacios: “¡Resucitó el Señor! ¡Jesús está vivo!”.

 

Las primeras en experimentarlo son las mujeres que encuentran la piedra removida, la tumba vacía, los lienzos y el sudario abandonados, pero ¡no hay cuerpo! Solamente los ángeles que explican: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado”. Muchos han querido ver la resurrección de Jesús solamente como una vuelta a la vida anterior. Los lienzos abandonados juntamente con el sudario hacen sospechar a aquellas mujeres que no es así. Lázaro cuando “revivió”, para al poco tiempo volver a morir, estaba “sujeto y amordazado” como un cadáver que ahora ha recuperado la vida. Jesús tiene una nueva vida, una vida gloriosa, una vida de resucitado. El que en su agonía gritaba: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, al morir encuentra a su Padre Misericordioso que lo recibe para iniciar una vida plena. Allí donde todo acababa para Jesús, Dios Padre comienza algo radicalmente nuevo, distinto a cualquier experiencia que nosotros podamos tener. Jesús ha sido resucitado por la fuerza de Dios, que le hace vivir esa “nueva vida” de resucitado. No espera, como Lázaro, otra muerte, sino que Jesús como primogénito ha iniciado la resurrección final, la plenitud de los tiempos. Es el primero que ha nacido a la vida de Dios, el primer fruto de una cosecha universal, de una nueva creación que brota de las manos del Padre.

 

Pronto las apariciones se multiplican y los testigos de la resurrección van y vienen trayendo buenas y bellas noticias, provocando el asombro de propios y extraños. ¿Qué ha sucedido en el corazón de estos hombres y mujeres, antes cobardes, desconfiados y huidizos, que provoca un cambio tan extraordinario? ¿No es sólo el resultado de una sugestión colectiva? Tanto habían deseado el Reino que ahora se niegan a dejarlo. ¿No estarán viendo o inventando un fantasma? La experiencia primera que desencadena esta transformación no puede tener como base un fantasma, “alguien muerto” que se deja ver y que luego desaparece. Lo han percibido y experimentado vivo, presente y acompañándolos en el camino. Ha encendido el corazón de los que desalentados abandonaban la tarea. Ha compartido el trozo de pescado y el pan, reconociendo que el partir el alimento une más que las palabras. Ha perdonado y ha dado nuevas encomiendas. Han visto sus heridas y sus llagas, aunque no se han atrevido a introducir sus manos en ellas.  No, ellas y ellos, son testigos de un Jesús con nueva vida. Es un acontecimiento dentro de la historia y que, sin embargo, rompe el ámbito de la historia y va mucho más allá de ella. Como un salto a una diferente vida, a semejanza de la semilla que, germinada, se transforma en planta. Toda comparación nos queda corta para expresar esta nueva vida de Jesús que despierta el entusiasmo de sus discípulos y que los vuelve a convocar y a reunir.



 

La terrible ejecución de Jesús oscurecía su mensaje y sus hechos, y ponía serias dudas incluso para sus más fieles discípulos. En la cruz no sólo mataban a Jesús, sino su palabra, su proyecto de Reino y sus sueños de un mundo nuevo. Por eso resuenan hasta nuestros días, las expresiones de alegría de sus discípulos al descubrir que Dios no lo ha abandonado. Para los seguidores de Jesús, la resurrección no es sólo una victoria sobre la muerte, sino una manifiesta actuación de Dios que confirma a su Hijo quien había sido condenado y desautorizado. Lo que Jesús anunciaba y actuaba en Galilea, Dios lo confirma al resucitarlo. Sus parábolas, su perdón, su cercanía a los lejanos, pecadores y despreciados, no quedan hundidos en la tumba, también son rescatados. Ahora los discípulos se atreven a construir un mundo nuevo al compartir sus bienes, al hacerse servidores, al reunirse en torno a la mesa y al proclamar la resurrección de Jesús. Si Él ha resucitado, también nosotros obtendremos la victoria, también nosotros alcanzaremos el triunfo. La resurrección de Jesús no nos aleja del mundo, nos compromete en la construcción de esa nueva vida. En Él, como primogénito, participamos también nosotros, desde ahora, de los frutos de la resurrección. Tan grande y tan bella es nuestra misión: manifestar esa vida nueva, diferente a todo el mundo.

 

Hoy, en el día de la resurrección, es inútil ir a la tumba a embalsamar y a hacer duelo por Jesús. Hoy está más vivo que nunca y despierta nuestra esperanza y nuestra ilusión. Al igual que Jesús debemos pasar por la muerte para tener la vida, pero al igual que Jesús no nos podemos quedar en la frialdad de la tumba, tenemos que resucitar con Él y generar nueva vida, nueva esperanza y nuevas energías para construir su reino. “No buscar entre los muertos” es una consigna de renovación de la vida, de la sociedad, de las estructuras opresoras que nos sumergen en el miedo. El verdadero cristiano, experimentando la resurrección de Jesús, tiene una alegría plena y una entrega a toda prueba para construir el mundo de amor que Él nos propone.

 



Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida plena, concede a quienes celebramos hoy la Pascua de Resurrección, resucitar también a una nueva vida, renovados por la gracia del Espíritu Santo. Amén.








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