Soltándonos de nuestras esclavitudes
Por: Marlene Yáñez Bittner | Fuente: Catholic.net
Soltar, ser libre, alcanzar la libertad de no estar atado a nada y de no ser esclavo de nada; ni de posesiones, ni de seguridades, ni de los vicios, ni de los hábitos.
“Cristo nos liberó para ser libres. Manténganse, pues, firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud” (Gálatas 5,1)
Soltarlo significa dejar de depender de lo material, de una persona, de un proyecto, de estructuras mentales que nos condicionan, de un parámetro de lo que es la felicidad, de los temores, de los traumas o de los sueños.
Podemos necesitar de una persona, hemos sido creados como seres sociables, pero crear una dependencia y confianza filial en esa persona hasta el punto de sentir que no podemos vivir sin ella, es obsesivo y desplaza a aquel en el que sí debemos colocar toda nuestra confianza.
“Así habla Yavé: ¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal, y que aparta su corazón de Yavé! (Jeremías 17,5)
Así tampoco nos hará feliz depender de un objeto, del dinero o de una costumbre. Todo aquello que nos vuelve esclavos son obsesiones en las que centramos nuestra atención ocupando nuestros pensamientos y condicionando nuestras conductas, provocando ansiedad e insatisfacción.
Hemos sido creados por Dios para ser felices, para amar, para lograr la perfección celestial. Pero al obsesionarnos con algo o con alguien, intentamos saciar nuestras carencias o necesidades que sólo puede lograrse con el encuentro real y cercano con Dios. Lo que no nos hace libres, nos hace esclavos.
Somos huéspedes en la tierra y en la vida, peregrinos que para caminar necesitan estar ligeros de equipaje, sencillos y desprendidos.
Sin prisa. Dios quiere que tratemos de crecer con empeño, pero con paciencia y calma, bajo su mirada de amor. Él sabe esperar esos cambios profundos que sólo se van logrando de a poco. No es necesario ser perfecto en todo, ni hacerlo todo bien, ni hacerlo todo ahora. Ese es otro falso ideal; estamos llamados a ser felices en lo que hacemos y no a agitarnos haciendo cosas.
“No quieras ser demasiado perfecto ni busques ser demasiado sabio ¿Para qué destruirte? (Eclesiastés 7,16)
Estamos llamados a ser libres porque Dios nos creó así; una libertad que nos hace capaces de reconocerlo a Él como el único en quien debemos depender. Sentir que sin Él no viviremos, sin su cuerpo y su sangre dados en la Santa Eucaristía, sin aquellas irrenunciables horas de adoración, sin tenerlo como centro de nuestras vidas.
Señor, envíanos tu Santo Espíritu para evitar caer en la tentación de la seguridad por las cosas, por el dinero o por las personas de este mundo; danos la sabiduría para encontrar sólo en ti, la seguridad de la vida eterna que nos has prometido desde siempre. Amen.