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Corona de Adviento: La fortaleza
La virtud de la fortaleza es quizá la virtud que las personas desean y admiran más


Por: Fabrizio Andrade LC | Fuente: GAMA - Virtudes y valores



 

 

Cuando en el mundo se exalta la fuerza física y la violencia lo que se demuestra es su debilidad moral ante las adversidades, las pasiones, las inclinaciones, y ante las modas de nuestros tiempos. La virtud de la fortaleza es quizá la virtud que las personas desean y admiran más. La admiran en los héroes que afrontan con audacia los peligros, incluso arriesgando la vida. La admiran en los santos que son capaces de realizar actos que van más allá de las posibilidades humanas. La admiran también en las personas comunes que, en situaciones de emergencia, manifiestan dotes de fortaleza insospechadas.

La fortaleza, explicada en el catecismo, es “la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa”. (Catecismo de la Iglesia católica, 1808)

Según la doctrina de Santo Tomás de Aquino, la virtud de la fortaleza se encuentra en el hombre que está dispuesto a afrontar los peligros; y en el que está dispuesto a soportar las adversidades por una causa justa, por la verdad, la justicia, etc. Como vemos son dos actitudes, una pasiva y otra activa.

A la primera la podemos identificar con la paciencia que no solamente es “aguantar” los sufrimientos que nos vengan, sino ser perseverantes en la fe y en nuestro compromiso. Junto a esta actitud pasiva, también es necesaria una actitud activa: la fortaleza en sí, que nos permite afrontar los peligros. La fortaleza es la característica principal de los mártires y es la corona que consiguieron, no por sus méritos y talentos, sino con el trabajo constante y como una gracia recibida de Dios.

Como toda virtud, la fortaleza se adquiere a base de pequeños actos, a base de constancia, de amor y de oración. Los mártires que nos dan testimonio de ella no recibieron la fortaleza en el momento en que el verdugo descargaba el hacha con toda su fuerza; tampoco cuando el que padece de cáncer se encuentra en una sesión de quimioterapia; mucho menos cuando una madre sufre la pérdida de uno de sus hijos. La fueron adquiriendo poco a poco, con pequeñas acciones de fortaleza, como un sacrificio, una oración de súplica, un ofrecimiento.

La fortaleza tiene un papel muy importante en el progreso espiritual. Sin la prudencia las virtudes serían ciegas, sin la justicia serían desequilibradas, y sin la fortaleza serían frágiles y vanas. La fortaleza es una condición de toda virtud porque expresa la firmeza en las obras. Es así porque la práctica de la virtud es difícil, tanto que las personas no dudan en someterse a fatigas físicas de todo genero, pero no a aquellas de carácter moral que exigen la ascesis de la voluntad. El vicio es infeliz, y la virtud es feliz, pero como la virtud implica esfuerzo y firmeza de la voluntad, el hombre termina por renunciar a la única vía que lleva a la realización de sí y a la felicidad.

Sólo tendrá el valor de virtud cuando esté encaminada hacia el bien. “Es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien”- nos dice le Catecismo de la Iglesia Católica. Así que el ánimo y el valor que el hombre utiliza para hacer el mal no lo podemos calificar como virtud. Enaltecemos el esfuerzo de una persona que lucha por ser fiel a sus compromisos, pero no al que utiliza la fuerza y el ánimo para cometer un crimen. Lo que transforma el ánimo en fortaleza es la orientación hacia el bien.

Uno de los peligros de la fortaleza es el miedo. Ante la inseguridad a la fidelidad sentimos miedo al fracaso, miedo a equivocarnos, miedo a hacer una elección errónea. Un miedo, que por una parte es válido, ya que somos personas humanas, débiles, y por tanto, con una natural inclinación hacia el pecado. Pero por otro lado que no debe tener cabida en nuestra vida cristiana, ya que Cristo se encuentra con nosotros especialmente en los momentos de más necesidad. Cristo nos lo repitió: “¡Ánimo!: Soy yo, ¡no tengan miedo!”. Nos anima a dejar a un lado los temores, el pánico, las preocupaciones, las angustias, las ansias y las inquietudes. ¿Y al miedo hacia la muerte? También Cristo nos estimula a vivir con coraje: “¡Ánimo!: Yo he vencido al mundo”.

La fortaleza es ante todo un don y una gracia que hay que pedirla con perseverancia. Cristo se compadece de los débiles, de los frágiles y de los humildes. Tiene una especial predilección hacia aquellos que son conscientes de su flaqueza y de su nada. Como David, ante el gigante Goliat; como Moisés ante el faraón y la misión de liberar al pueblo de Israel. Como san Pablo, que se tenía como el más débil, lo vemos como el más fuerte de todos, incluso hasta afrontar el martirio, no por mérito suyo sino porque reconoció su pequeñez y su nada y confió en el Señor. “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Dios realiza sus obras más grandes con los instrumentos más débiles.


 

 

 

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