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Sor Veera para muchos, "Mamá" para los migrantes
La religiosa india y su compromiso en Uganda y en Italia al lado de los pobres.


Por: Sor Margaret Sunita Minj | Fuente: Vatican News



En agosto de 2019 pasé dos semanas con sor Veera Bara en Caltanissetta, en Sicilia. Caminábamos por las calles, los migrantes la llamaban de lejos y cuando se acercaba la saludaban llamándola afectuosamente “mamá”. Sor Veera, de las Hermanas de la Caridad y de la Cruz, empezó a trabajar aquí con los refugiados en 2015; les enseña italiano, les ayuda a obtener los documentos necesarios y la asistencia médica en caso de enfermedad. Los migrantes no conocen su verdadero nombre: simplemente la llaman “mamá”.  Cuando le pregunté dónde había encontrado la valentía para afrontar el desafío de esta tarea, sor Veera me respondió: “El lema de nuestro fundador, padre Teodosio Florentini, es ‘en las necesidades del tiempo leemos la voluntad de Dios’, y esto me ayuda a ir más allá de las barreras religiosas y culturales, me da la valentía para ir adelante y ayudar a los otros. La beata Madre Maria Theresia Scherer, la cofundadora de nuestra congregación, decía: ‘Todo es posible con el Señor y por el Señor’”.

Durante 22 años misionera en Uganda

Sor Veera nació el 13 de julio de 1957 en Neematoli, Farsabahar, en el distrito de Chhattisgarh. Tiene dos hermanos y una hermana mayores. El padre murió seis meses después de su nacimiento. Su familia se reunía en casa para recitar las oraciones por la noche y Veera participaba en las obras de solidaridad para los jóvenes. A veces guiaba las oraciones y los cantos en su pueblo. Una vez sembradas las semillas de la vida religiosa, después de haber asistido a una de sus escuelas, en 1978 entró en la congregación de las Hermanas de la Santa Cruz y tomó su primer voto el 8 de diciembre de 1982. Sor Veera aceptó ir como misionera a Uganda y partió para su nuevo encargo en octubre de 1993, junto a otras tres hermanas. El desafío de amoldarse con el nuevo entorno, el nuevo idioma, la cultura y la gente fue un desafío. “Todo esto me enseñó a ser más paciente, más valiente, a tener un espíritu misionero”, cuenta. La acogida, el apoyo y el amor recibidos de las hermanas, de la gente del lugar y de los superiores la ayudaron a desarrollar, en los 22 años ugandeses, diferentes encargos como trabajadora pastoral y social, animadora vocacional, formadora, superiora y consejera.

La misión en dos centros para refugiados en Sicilia

En el 2015, un nuevo encargo le espera a sor Veera: la llamada es en Sicilia, en una comunidad inter-congregacional e internacional. Esta comunidad fue creada por petición del Papa Francisco que, en 2013, escuchó el grito de los migrantes en Lampedusa. El Papa entonces manifestó su deseo de que las religiosas de la Unión internacional de las superioras generales trabajaran juntas entre los migrantes. Y así, en el 50º aniversario de la institución del UISG , en 2015, las superioras generales deciden abrir en Sicilia dos centros para ayudar a los refugiados. Religiosas de diferentes congregaciones fueron invitadas a formar una comunidad en la cual trabajar juntas: la elección cayó en 10 hermanas de 9 países y de 8 institutos. Sor Veera, junto a otras 9 hermanas, llegó a Roma en septiembre de 2015 para recibir una formación básica de lengua italiana. El 2 de diciembre, después de la audiencia general, el grupo recibió la bendición del Papa Francisco para el inicio de su nueva misión en Sicilia.



El apoyo a las jóvenes mujeres nigerianas

Una vez más, todo es nuevo – el lugar, cómo iniciar, desafíos desconocidos… Impulsada por el carisma y el lema de su congregación, sor Veera da un paso detrás de otro. Le piden que asista a 20 mujeres nigerianas alojadas en un convento local. Esta experiencia le enseña realmente mucho sobre la trata de personas: estas jóvenes mujeres, destruidas física, mental y espiritualmente necesitan alguien que les escuche, les entienda y que les ame así como son.

Con los migrantes en Caltanissetta

En octubre de 2016 sor Veera se muda a Caltanissetta. Está conmocionada al ver a cerca de 170 refugiados musulmanes que viven al aire libre, bajo refugios hechos de arbustos, sin agua, comida, medicinas, con el mínimo indispensable de ropa e higiene inexistente. Su urgente necesidad de bienes básicos le hacen olvidar sus pequeñas dificultades. La presencia de la religiosa hace entender a los refugiados que Allah está con ellos, y la esperanza empieza a renacer en sus corazones rotos. Su confianza, el respeto, la preocupación y el amor que tienen por ella la levantan del miedo que había tenido antes de encontrarles: por la calle, en los campos de refugiados, en las familias, en las iglesias. En abril de 2017 afronta un nuevo desafío: empieza a enseñar italiano a los refugiados. Sorpresa: en pocos días su clase llega a 25-30 jóvenes que aprecian su método de enseñanza.

La felicidad de compartir alegrías y tristezas



Sor Veera se hizo también mediadora entre los migrantes y los líderes religiosos, los médicos, los abogados, la policía y las autoridades escolares de Caltanissetta. En todo esto, se cumple lo que su hermano desaparecido había predicho: “Has dejado a tu familia, pero encontrarás muchas casas y mucha gente que te quieren. Dondequiera que vayas, encontrarás a tu familia, encontrarás hermanos y hermanas”. Sor Veera comenzó a sentirse parte de estas familias de migrantes y compartió su pobreza y sus fatigas. “Soy feliz”, me dijo Sor Veera, “cuando las familias de los migrantes me consideran una de ellos y comparten sus alegrías y tristezas conmigo. Niños, hijos de inmigrantes pakistaníes y africanos, muchachos, muchachas, todos me llaman 'mamá'”. Después de 5 años de servicio entre los refugiados en Sicilia, la hermana Veera regresó a Uganda donde continúa su misión.







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