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«Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado»
Reflexión del domingo III del Tiempo Ordinario Ciclo A


Por: Roque Pérez Ribero | Fuente: Catholic.net



«¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles! El pueblo que habitaba en tinieblas ha visto una gran luz; a los que habitaban en paraje de sombras de muerte una luz les ha amanecido. Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: “Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado”» (Mt 4,15-17)

Celebramos hoy el tercer domingo del Tiempo Ordinario en el que el Señor nos regala por medio de la Liturgia de la Iglesia una Palabra de Salvación. A pesar de que hace ya unos días que acabó el tiempo litúrgico de Navidad, el Señor nos ofrece hoy una Palabra con reminiscencias navideñas con las que al mismo tiempo que se nos presenta como Luz, nos hace una llamada a la conversión, a desear responderle con generosidad, sabiendo lo que dice el mismo Jesucristo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Así, ya desde la primera lectura nos presenta el Señor la profecía de Isaías a la que se dará cumplimiento en Jesucristo, tal y como se nos proclama en el pasaje del Evangelio: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos. Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría. Alegría por tu presencia, cual la alegría en la siega, como se regocijan repartiendo botín» (Is 9,1-2).

¡Qué duro es vivir en las tinieblas, vivir sin esperanzas, sin verle sentido a la existencia! ¡Qué duro es vivir con la experiencia dolorosa de la injusticia y del pecado! ¡Qué duro vivir bajo la esclavitud del pecado! Pero hoy el Señor nos invita a vivir alegres, a dar gracias por su amor gratuito: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3,16-17).

Dios es un Padre bueno que no deja de amarnos nunca, no nos trata como merecen nuestros pecados (Sal 103,10), sino que «es clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal» (Sal 85,15), por lo que suscita hoy desde lo más profundo de mi corazón un canto de agradecimiento: «Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (Sal 117,1). Y así, rezamos con el Salmo Responsorial que nos regala la Iglesia hoy: «El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer?» (Sal 26,1). Jesucristo es nuestra salvación, y es el mismo hoy, ayer, siempre (Hb 13,8).



Por tanto, el Señor hoy nos hace la invitación a creer en el amor de Dios manifestado en Jesucristo y a SER UNO CON ÉL, dejando de lado lo que nos separa de Él. El Señor respeta siempre nuestra libertad. Es un caballero. No es un violador. Sabe que nosotros solos no podemos hacer nada (Jn 15,5), y desea actuar Él en nuestra vida, pero sólo si nosotros se lo permitimos. Así, resuenan hoy en mi corazón, mientras rezo con esta Palabra, lo que dice San Pablo: «La noche está avanzada. El día se echa encima. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz» (Rm 13,12); «Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas» (Ef 5,8-11).

Por tanto, el Señor hace una llamada a conversión, a acoger a Cristo, «Luz sin tiniebla alguna» (1 Jn 1,5), al que Dios ha enviado, como se nos dice por boca de Zacarías: «Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo alto, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,78-79). Él viene hoy en nuestra ayuda, para que unidos a Él podamos vivir en la luz y ser luz para los demás (Mt 5,14). Así, dirá San Juan: «Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano, está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos» (1 Jn 2,9-11). Pues el Señor viene a darnos luz, porque sin Él, ¿cómo amar a quien nos destruye? ¿Cómo amar a quien no nos edifica? ¿Cómo ver al otro como al mismo Cristo?

Por eso hoy es un día de Salvación en el que el Señor vuelve a hacernos una llamada a seguirle, a amarle, a SER UNO CON ÉL, dejando de ser UNO CON la idolatría, tal y como nos dice Santiago: «¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios» (St 4,4).

Por tanto, «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado» (Mt 4,17). Feliz domingo.









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