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Otras ofensas a la castidad
La fidelidad e integridad de la persona van unidas a la convicción de la necesidad de vivir en gracia.


Por: Mons. José Rafael Palma Capetillo | Fuente: Semanario Alégrate



Con el argumento limitado y totalmente equivocado, hay personas que se atreven a opinar: “No veo nada de malo en esto”, cuando objetivamente y con evidencia se dan algunas acciones que contradicen gravemente la ley de Dios, es decir, que son rotundamente opuestas al amor auténtico y duradero; así puede suceder ante cualquier aspecto de la realidad humana. El Catecismo de la Iglesia Católica nos hace notar que placer y compromiso constituyen la fórmula inseparable del amor conyugal. En cambio, fuera de la unión natural e íntima del hombre y la mujer, bendecida por Dios, el goce sexual estaría francamente carente de compromiso estable y duradero; por lo tanto, ya no sería amor, sino egoísmo, infidelidad, franco desorden, peligro y daño mutuo.

La castidad, en su sentido más profundo, no se limita al miedo de enfermarse o de perder la buena fama, ya que encontraría falsos escapes para desenfrenarse. La castidad como virtud verdadera es amar, característica del que no se busca a sí mismo, sino que es capaz de dar la vida, como Cristo nos enseñó y nos dejó un maravilloso ejemplo.

Conscientes de que se exige la castidad matrimonial, el Catecismo de la Iglesia Católica hace referencia al amor de los esposos y al valor unitivo de las relaciones conyugales –ya que hace crecer la amistad y el atractivo natural, como también los vínculos profundos espirituales. Hay expresiones propias de los esposos, como las caricias, que culminan comúnmente en el acto genital propio del hombre y la mujer.

La moral cristiana ha considerado que todo pecado sexual –entendido como una acción fuera del orden natural de la relación entre el hombre y la mujer, incluso cuando están ‘unidos’ en matrimonio–, que va acompañado mayormente del movimiento completo del aparato genital no contiene materia leve de pecado, sino que son siempre objetivamente graves. Las ofensas contra la castidad pueden ser más graves, cuando se añade algún aspecto de daño mayor o falta del respeto debido al prójimo. Al examinar la conciencia, todo pecador arrepentido puede experimentar la misericordia de Dios y acercarse al perdón, para reconocer y vivir en el amor.

Cuando la enseñanza cristiana hace referencia a los pecados contra la fe y contra la sexualidad –vivida en el amor–, se indica que “no hay parvedad de materia”, que significa que ordinariamente son graves o mortales, ya que mayormente implican una responsabilidad mayor y más fuertes consecuencias.



La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la genitalidad humana, la cual naturalmente va ordenada al bien de los esposos así como a la generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo más grave cuando se da la corrupción de menores.

La violación consiste en forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta contra la justicia y la caridad. La violación lesiona profundamente el derecho de cada uno al respeto, a la libertad, a la integridad física y moral. Produce un daño grave que puede marcar a la víctima para toda la vida. Es siempre un acto intrínsecamente malo. Más grave todavía es la violación cometida por parte de los padres (llamada ‘incesto’) o de educadores con los niños que les están confiados.

La fidelidad e integridad de la persona van unidas a la convicción de la necesidad de vivir en gracia y en la permanente búsqueda de la felicidad que Dios concede a los que lo conocen y lo aman. El ambiente de la familia siempre debe ir acompañado de la confianza mutua y un anhelo profundo de ir creciendo en el amor benevolente, que siempre busca el bien de la persona amada, sin falsos intereses o recompensas, sino con libertad y alegría. Dios nos ha dado a todos un corazón capaz de amar.

(Texto basado en: Catecismo de la Iglesia Católica, 2353 y 2356).









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