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La amistad espiritual
¿Qué se puede decir acerca de la excelencia, la verdad y el provecho de la amistad?


Por: Fernando Rivas O.S.B | Fuente: Jornadas de Psicología Cristiana



La amistad espiritual en Elredo de Rieval


1. Punto de partida: el sacramentum de la amistad.


Como todas las realidades fundamentales de la vida humana, la amistad, para Elredo, fue, asumida y redimida por Cristo y por eso pertenece al mundo de lo sacramental y allí tiene su fundamento y plenitud. Para Elredo la amistad “comienza en Cristo, progresa en Cristo y es perfeccionada en Cristo” (cfr. L 1, 10)

Y también:

Quisiera ver avalado por la autoridad de la Escritura todo lo que se dijo sobre la amistad, aunque sea conforme a la razón, como así también todo lo que ahora podamos añadir con utilidad; de qué modo esa amistad, que necesariamente debe existir entre nosotros, comienza en Cristo, se conserva en él y a él se dirige, ya que es su meta y su culminación. Así lo deseo porque consta que Tulio ignoraba la virtud de la verdadera amistad, pues desconocía del todo a Cristo, que es su principio y su fin. (Libro 1, 8)

Y, finalmente, parafraseando un texto litúrgico que fue redactado por motivo de la discusión antipelagiana, Elredo dice:

Por ello, en la amistad se unen la honestidad y la suavidad, la verdad y la fiesta, la dulzura y la firmeza, el afecto y las obras. Todas estas virtudes nacen en Cristo, por Cristo crecen y en Cristo se perfeccionan. No es, pues, difícil ni contrario a la naturaleza que ascendamos de Cristo -inspirador del amor con que amamos al amigo- a Cristo -que a sí mismo se nos ofrece como amigo para que lo amemos-, a fin de que a una suavidad siga la Suavidad, a una dulzura, la Dulzura y a un amor, el Amor. Así, si un amigo se adhiere a su amigo, en el espíritu de Cristo, llega a ser con él un solo corazón y una sola alma, y si asciende por este escalón de amor a la amistad con Cristo, se hace con él un espíritu en un beso. Por este beso cierta alma santa suspiraba diciendo: “Béseme con el beso de su boca” (Cant 1,1). (Libro 2, 20-21)

En el pensamiento de los Padres de la Iglesia (incluyo a Elredo como a Bernardo) lo sacramental, más allá de los sacramentos individualmente considerados, se refieren a Cristo mismo como sacramento por excelencia en quien, por eso mismo, sus acciones revisten el carácter de ejemplos para la imitatio, que permiten su concreción en la vida del cristiano. Recientemente el Papa Benedicto XVI se refirió a ello en la obra Jesús de Nazaret (Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección). Al analizar el lavatorio de pies de Cristo a sus apóstoles (cfr. Jn 13) Cristo dice a sus discípulos que les deja esta realidad como “ejemplo” que brota del “sacramentum” de la Última Cena. De este modo los apóstoles, obrando conforme a ese “exemplum”, realizarán el sacramento que Cristo les ha dejado como memorial y, por ello, será Cristo quien obre en ellos . Dice así:

Los Padres han resumido la diferencia de los dos aspectos, así como sus relaciones recíprocas, en las categorías de “sacramentum” y “exemplum”: con “sacramentum” no entienden aquí un determinado sacramento aislado, sino todo el misterio de Cristo en su conjunto —de su vida y de su muerte—, en el que Él se acerca a nosotros los hombres y entra en nosotros mediante su Espíritu y nos transforma. Pero, precisamente porque este “sacramentum” «purifica» verdaderamente al hombre, lo renueva desde dentro, se convierte también en la dinámica de una nueva existencia. La exigencia de hacer lo que Jesús hizo no es un apéndice moral al misterio y, menos aún, algo en contraste con él. Es una consecuencia de la dinámica intrínseca del don con el cual el Señor nos convierte en hombres nuevos y nos acoge en lo suyo.
Esta dinámica esencial del don, por la cual Él mismo obra en nosotros ahora y nuestro obrar se hace una sola cosa con el suyo, aparece de modo particularmente claro en estas palabras de Jesús: «El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Porque yo me voy al Padre» (Jn 14,12). Con ellas se expresa precisamente lo que se quiere decir en el lavatorio de los pies con las palabras «os he dado ejemplo». El obrar de Jesús se convierte en el nuestro, porque Él mismo es quien actúa en nosotros .


Hoy día nosotros reducimos lo sacramental a una realidad litúrgica que, con mucho, nos da fuerzas para tratar de vivir por nuestra cuenta el misterio cristiano. Y cuando se nos habla de “ejemplos” pensamos en gestos que se nos han dejado para imitar nosotros, y que hacen referencia a un plano principalmente exterior. En cambio, en el pensamiento de la Iglesia en el sacramento se encierra el ejemplo concreto de vida que, obrando conforme a ello, ya no es el cristiano, sino Cristo mismo quien obra en él (cfr. Gal 2, 20). Y esto es lo que Elredo refiere a la amistad cuando dice:

Podría contarte otros muchos ejemplos (exempla), pero sería de no acabar. Su misma abundancia nos impone silencio. Pero lo anunció Cristo Jesús; Él lo enunció y se multiplicaron incontablemente: “Nadie tiene, dijo, mayor dilección, que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13). (Libro I, 30)

Es en Cristo que los “exempla” de amistad tuvieron su origen, se multiplicaron y se siguen realizando en quienes lo imitan al Maestro. Y, de este modo, es Cristo quien sigue haciéndose presente como “el amigo” del hombre.

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