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De animalitos y otros bichos
El orden es una elección personal. Si lo quieres y te esfuerzas por alcanzarlo, ¡felicidades y adelante! Si aún no comienzas o no te has convencido, ¡ánimo, nunca es tarde para empezar


Por: Vicente D. Yanes, L.C. | Fuente: Gama - Virtudes y Valores



 

 

Cuenta el libro del Génesis que una de las primeras tareas de Adán fue la de asignar un nombre a cada uno de los animales del Paraíso (Gen 2, 19-20). Es de suponer que nuestro primer padre tuvo una imaginación mucho más viva y despierta que la nuestra, dado que no solía ver televisión. Con todo, el bueno de Adán habrá empleado horas y horas para cumplir con tan singular encargo: ante él marchó el zoológico más completo de toda la historia de la humanidad. Unas generaciones después, uno de sus descendientes, Noé “el del Arca”, daría un paso adelante con la fundación del primer circo, acuático y flotante (Gen 6, 5-8, 22).

Con el multiplicarse de las lenguas y otras calamidades la obra maestra de Adán, la creación del único gran catálogo de las creaturas vivientes, se perdió. El mundo tuvo que esperar muchos siglos hasta que a un sueco llamado Carlos Linneo (1707-1778) se le ocurrió una forma inteligente y segura para clasificar los minerales, plantas y animales del orbe. Su sistema se conoce como “nomenclatura binominal” y su uso continúa vigente en todo el mundo. En sólo dos palabras, género y epíteto específico, el científico encierra la información suficiente para distinguir sin error una especie de otra. Para evitar las diferencias entres los diversos idiomas Linneo eligió el latín, la “lengua muerta” que no ha dejado de hablarse. El término Homo sapiens fue idea del mismo sueco, siendo el primero en dar un puesto al hombre dentro del salvaje reino animal.

Los trabajos de Linneo dieron el empuje decisivo a la sistemática o taxonomía, la disciplina que ha dado nombre a más de un millón de animales y vegetales agrupados en las clasificaciones que aquél delineara: raza, especie, género, familia, orden, clase, tipo o phylum y, finalmente, reino… Pero dejemos a un lado este asunto de animalitos y otros bichos y centrémonos en el tema de fondo: el orden. La exigencia del orden nos es bastante conocida. Éste posee un lugar destacado en esos tres o cuatro preceptos que comprenden el “código moral” que todo buen padre presenta al hijo en su infancia. Frases como “Arregla tu cuarto”, “No te olvides de recoger tus juguetes y llevarlos a su lugar” o expresiones similares dan testimonio de ello. A la distancia de unos años cabe preguntarse: Yo, ¿por qué debo vivir con orden? ¿No es acaso una insana manía? ¿Qué beneficios reales me aporta el orden? Una vez más los latines del pasado vienen al rescate para motivarnos y darnos una respuesta tan antigua como verdadera: Serva ordinem et ordo servabit te.

“Conserva el orden y el orden te conservará”. Más que un retruécano esta máxima suena a paradoja. Pero es cierto: la disposición externa de algo no es una acción ajena a nuestra persona. El orden parte del hombre y al hombre vuelve, es una operación que transforma un entorno y que al mismo tiempo repercute en los sujetos. El orden aumenta la “calidad de vida”: ayuda a la economía y al ahorro, permite aprovechar mejor nuestro tiempo, aporta paz y serenidad a uno mismo y a los demás, crea un espacio propicio para cualquier actividad humana (estudio, descanso, convivencia, oración) y la facilita. Es menos complicado cocinar si se conoce con precisión dónde se encuentran los ingredientes e instrumentos requeridos y cuando, de hecho, están allí… de otro modo, se termina llamando con urgencia a un servicio de entrega a domicilio.

Para crear un orden (llámese éste clasificación, catalogación, o la simple asignación de un sitio a un grupo de objetos) se requiere una cabeza muy bien puesta, hace falta razonar. Ordenar-disponer es una tarea humana. El gran filósofo de la antigüedad, Aristóteles, afirma en su Metafísica que “ordenar es propio del sabio” (I, 2, 982a 18), sapientis est ordinare. Antes de establecer un orden tenemos que dedicar unos minutos para pensar dos cosas muy sencillas: qué es lo que tenemos y qué es lo que queremos. El orden será el medio para llegar a ese fin, partiendo de los elementos con que contamos. Cualquier ámbito que exija orden se reduce a este esquema tan simple (qué y para qué), sólo hay que pensar un poco y está hecho.

La conquista del orden abarca fundamentalmente dos etapas: primera, establecer el orden; segunda, mantenerlo. En la primera es preciso dedicar todo el tiempo que se requiera y estar dispuesto a reordenar las veces que sea necesario, sin cansarse de volver a empezar. En la segunda, nunca hay tregua: el orden “se mantiene” en gerundio, soportado por nuestra voluntad y nunca por generación espontánea. En otras palabras: en la formación de este hábito, como en cualquier otro, hay que actuar con decisión y constancia.

¿Cuáles son los lugares o ámbitos en los que conviene establecer y conservar el orden? La respuesta la tiene uno mismo. Las omisiones voluntarias en este punto no tienen ningún sentido. Ser desordenado a propósito no es una virtud ni una moda. Es verdad que no existe ninguna “Liga-internacional-contra-el-desorden” que vaya a meternos a la cárcel por vivir en una habitación en la que parece que habita un huracán. Tampoco hay que temer una confiscación de bienes por carencia de decoro. Los platos rotos los paga cada uno, cada día, a cada instante en su oficina, armario, cocina, estudio, coche, agenda de compromisos… Uno mismo es juez y víctima de su desorden. A veces no pasa casi nada (un retraso inofensivo), otras el precio es demasiado caro (pérdida de una cita, de un examen o del empleo).

Para algunos hombres privilegiados el orden es una manifestación natural de su temperamento. Lo cultivan de modo espontáneo, sin tener que matarse para conservarlo. Otros, más privilegiados aún, deben desgastarse el triple para conseguirlo. La lucha puede durar años, quizá toda la vida, pero vale la pena. Vale la pena cualquier cosa que nos ayude a ser mejores y a vivir con mayor plenitud como, por ejemplo, el orden.

El orden es una elección personal. Si lo quieres y te esfuerzas por alcanzarlo, ¡felicidades y adelante! Si aún no comienzas o no te has convencido, ¡ánimo, nunca es tarde para empezar! Recuerda: Serva ordinem et ordo servabit te.

 

 



 

 

 

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