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Poner a la persona en el centro
A imagen del divino maestro Jesús el educador tendrá que cuidar con especial atención a los más frágiles.


Por: Ramón López González | Fuente: Semanario Alégrate



El Pacto Educativo Global, lanzado por el Papa Francisco el 12 de septiembre de 2019, invita a todos los actores sociales a implicarse en una solidaridad universal de cara a una educación abierta e incluyente que construya una sociedad más humana y fraterna.

El vademécum nos recuerda que frente a la cultura del descarte hace falta una respuesta contundente como la de poner en el centro del proceso educativo a la persona humana. La pertinencia de este compromiso –de los siete que contempla el Pacto– es clara, pues algunos paradigmas educativos vigentes operan y funciona con perspectivas pragmáticas sin ningún presupuesto antropológico (concepto de “hombre” o “persona”) que permita ser orientativo respecto de las prácticas educativas de las instituciones o centros educativos: los planes y programas de estudio no contemplan la integridad de la persona humana, incluida su espiritualidad, sino que “educan” a los individuos para ser sujetos de funcionamiento social, de rendimiento para el capital.

Hoy que nuestro mundo actual presenta dificultades en torno al tema de la diferencia el Papa nos propone algo evangélico, asumir como fundamental una posición antropológica. El concepto de “persona” permite incluir a todos en un proyecto común, respetando sus atributos diferenciales, pues hace falta educar a la persona en tanto que persona. Sólo así será posible humanizar la cultura, restituir el tejido social y ayudar a la crisis planetaria.

El punto de partida antropológico o personalista es muestra de los presupuestos filosóficos que corren en nuestros tiempos, lo cual no debe llevar a pensar que el presupuesto metafísico ha queda ignorado o desplazado, por el contrario, sucede que la persona humana es el primado metafísico que nos ayuda a encontrar en el otro, en el diferente, en el débil, el rostro de Dios; el reenvío de una mirada que advierte en el otro la epifanía de Dios.

El Papa al proponernos poner a la persona en el centro del proceso educativo nos invita a actuar como Jesús que reconocía y se acercaba al pecador mirándolo como “persona”, como “hijo de Dios” al que buscaba amar, antes de pretender convencer con la Ley o con reglas estériles que matan el espíritu (pedagogía del amor que libera). A imagen del divino maestro Jesús el educador tendrá que cuidar con especial atención a los más frágiles, buscar la igualdad de oportunidades sin discriminación alguna. (Cfr. Pacto…, p. 10).









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