Menu


La muda elocuencia de los hechos
El amor de Dios por el hombre es eterno y se manifiesta por la muda elocuencia de los hechos.


Por: Juan Disraely, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores



 

 

Quien ha tenido un amor “secreto” conocerá de sobra la angustia que se sufre al refrenarse y contener esta simpatía sin expresarla por pena o vergüenza. Sin embargo, el afecto, el deseo de estar junto a la persona amada y de complacerla en todo, sigue presente en el corazón y lo va consumiendo día tras día como el fuego a la cera de una vela.

Algún “quijote” quizá envíe un bouquet de rosas a su dulcinea. Un “romeo” escribirá cartas amorosas que jamás saldrán del cajón de su escritorio. Otros, como Beethoven, a lo mejor dedicarán una canción a su “media naranja”. Todo ello, fruto de un sentimiento que como agua en una presa busca un cauce para liberarse.

Si esto ocurre con el amor humano entre un hombre y una mujer, un amor que se ve obstaculizado por la muerte del ser querido, ¿qué no ocurrirá con el amor de Dios por el hombre? Un amor que es eterno. «Con amor eterno te he amado» (Jer 31,3). Él está locamente enamorado del hombre. Nos creó para amarnos e incluso nos regaló el don de la libertad para que le pudiésemos corresponder, corriendo el riesgo de verse traicionado y abandonado.

Si pudiese emplear el lenguaje de los enamorados, ¿qué palabras escogería para mostrarnos los sentimientos de su corazón? Pero ellas no le bastan. Su amor es infinitamente mayor que lo que unas cuantas frases pueden contener. Nos habla en el Evangelio, en la Liturgia, en la Iglesia, pero hay un lenguaje mucho más elocuente que las palabras: la muda elocuencia de los hechos. Con su pasión y muerte en la cruz nos ha demostrado su amor.

La vida, la salud, el éxito, la familia son muestras de su cariño por nosotros. Otras veces nos declara su amor en medio de las enfermedades, los fracasos y dificultades de la vida, como el hijo que cuando está enfermo se da cuenta de cuánto lo ama su mamá por todos los cuidados que ella le brinda. «De dos maneras acostumbro visitar a mis escogidos, esto es, con tentación y con alivio» (Imitación de Cristo I, 3).

Sólo falta abrir los ojos y ver que detrás de la vida hay Alguien que me ama. Alguien que murió por mí en la cruz para redimirme del peor mal que existe: el pecado. Alguien que transformó el pan en su Cuerpo para acompañarme en este largo peregrinar por la tierra. Alguien que me declara a diario su amor con una muda elocuencia y espera calladamente que le responda.

 

 



 

 

 

¡Vence el mal con el bien!

El servicio es gratuito

 



 

 

 

 

Si quieres comunicarte con el autor de este artículo, escribe un mensaje a
virtudesyvalores@arcol.org

Regala una suscripción totalmente gratis http://es.catholic.net/virtudesyvalores/regalo.php

Suscríbete por primera vez a nuestros servicios http://es.catholic.net/virtudesyvalores

 

 







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |