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Salmo 112: "Que alaben al Señor todos sus siervos"

XXV Domingo Ordinario - No pueden ustedes servir a Dios y al dinero
Meditación al Evangelio 21 de septiembre de 2025 (video)


Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.Net



Hace apenas algunos días, en un discurso dirigido a la FAO, el Papa León XIV arremetió contra la corrupción de las autoridades que ha socavado los esfuerzos por combatir el hambre: “Mientras los civiles enflaquecen por la miseria, las cúpulas políticas engordan con la corrupción y la impunidad”, denunció. Lamentó que “los recursos financieros y las tecnologías innovadoras se desvían del objetivo de erradicar la pobreza y el hambre en el mundo para ser utilizados en cambio en la producción y el comercio de armas”. Condenó enérgicamente el uso del hambre como instrumento de guerra y criticó el desvío de recursos destinados a combatir la pobreza y el hambre. En su pronunciamiento, el pontífice advirtió que la corrupción, los conflictos armados y el egoísmo político están agravando una de las tragedias más persistentes de la humanidad: la inseguridad alimentaria. La ambición por el dinero convierte al hombre en enemigo de la humanidad. ¿Por qué el dinero y la ambición de las riquezas pervierten el corazón del hombre?

 

Para completar el cuadro ahora tenemos este evangelio que podría desconcertarnos. ¿Cómo puede Jesús alabar a un administrador que ha engañado y robado? Ya me imagino cómo se justificarán todos aquellos que son acusados de malversar los fondos públicos. La corrupción ha llegado a todos los partidos y a todas las sociedades. Nadie escapa. Está comprobado que uno de los peores enemigos del progreso de nuestros pueblos es la corrupción, el mal uso de los recursos públicos, incluso de bienes destinados a los más pobres y desfavorecidos. “Es alarmante el nivel de la corrupción en las economías que involucra tanto al sector público como al sector privado, a lo que se suma una notable falta de transparencia y rendición de cuentas a la ciudadanía. En muchas ocasiones la corrupción está vinculada al flagelo del narcotráfico o del narconegocio y por otra parte viene destruyendo el tejido social y económico en regiones enteras”, reconocían dolorosamente los Obispos ya hace algunos años en Aparecida.

 

Y todavía añadían más: “Cabe señalar como un gran factor negativo en buena parte de la región, el recrudecimiento de la corrupción en todos sus niveles que genera impunidad, lo que pone en serio riesgo la credibilidad de las instituciones públicas y aumenta la desconfianza del pueblo, fenómeno que se une a un profundo desprecio de la legalidad. En amplios sectores de la población y particularmente entre los jóvenes crece el desencanto por la política y particularmente por la democracia, pues las promesas de una vida mejor y más justa no se cumplieron”.



 

Tenemos pues que reconocer que esta apreciación también es cierta en nuestra Patria. La corrupción lo invade todo, destruye todo y genera una actitud de desaliento, de impotencia y de pasividad ante tanta impunidad.

 

¿Es esto lo que Jesús propone como ejemplo? Todo lo contrario, si leemos con atención y no solamente las palabras de este párrafo sino todo su contexto, encontramos una durísima crítica al dinero que es llamado “injusto” y la propuesta de Jesús es “con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo”.Ciertamente no alaba al administrador por sus trampas, sino por el ingenio y la astucia para hacerse amigos. Nosotros ahora también tendríamos que cuestionarnos seriamente sobre nuestro empeño en crear y favorecer la construcción del Reino de Dios, frente al ingenio y la astucia de quienes entregan su vida a la construcción del reino del dinero. Cristo hace una clara oposición ante estos dos reinos. Nosotros con frecuencia nos vemos tentando a unirlos y hasta confundirlos. Debemos tener una clara distinción, no sólo teórica, sino sobre todo en la práctica. No podemos servir a Dios y al dinero.

 



Jesús recalca hoy el peligro de endiosar las riquezas mal habidas, pero también nos hace ver que pueden ser redimidas, siempre y cuando se usen con creatividad para hacer el bien a los pobres, como fue el caso del administrador que había malgastado los bienes de su amo. Se alaba su astucia, no su corrupción interesada.

 

El profeta Amós, en la primera lectura, es muy claro al exponernos el mensaje del Señor: “Escuchen esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo… los que disminuyen las medidas y aumentan los precios, alteran las balanzas, obligan a los pobres a venderse; por un par de sandalias los compran y hasta venden el salvado como trigo… Yo no olvidaré jamás ninguna de estas acciones”. Y estas palabras vienen a dar el verdadero sentido de la parábola de Jesús. El dinero sólo puede ser bien utilizado a favor de los que menos tienen y los más desprotegidos. Nunca puede valer más el dinero que la persona.

 

Quizás nosotros no tengamos grandes sumas de dinero, pero debemos examinarnos bien en nuestros pequeños o grandes fraudes, en la corrupción que generamos o toleramos, en la complicidad con un mundo que olvida cada día a los más pobres. ¿Qué lugar le damos a Dios? ¿Qué lugar le damos al dinero?

 

  1. nuestro, que en el amor a Ti y a nuestro prójimo has querido resumir toda tu ley, concédenos descubrirte y amarte en nuestros hermanos, para que podamos alcanzar la vida eterna. Amén.

 







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