Menu



Salmo 145: "Alabemos al Señor, que viene a salvarnos"

XXVI Domingo Ordinario - Una mesa para todos
Meditación al Evangelio 28 de septiembre de 2025 (video)


Por: Mons. Enrique Díaz | Fuente: Catholic.net



Quisiera creer que es realidad que la brecha entre riqueza y pobreza va disminuyendo, pero la realidad golpea y aturde cuando se presentan las cifras reales, no maquilladas, del dolor, el hambre, las enfermedades, el aislamiento y la imposibilidad de acceso a las condiciones mínimas de una vida digna. Los rostros de nuestros hermanos que luchan y mueren por tener una mejor calidad de vida nos gritan que el Evangelio no se ha hecho realidad y que hay muchos “Lázaros” yacen a las puertas de los hospitales o de los centros de trabajo, anhelando unas migajas que los sostengan en pie.

 

El Evangelio no nos permite quedar indiferentes al contemplar a tántos hermanos hermanos nuestros que viven en la extrema pobreza. Quedan excluidos de la sociedad, no son tomados en cuenta, sino sólo en momentos de elecciones o cuando necesitan apoyo los grupos políticos. Están fuera de la sociedad. Se encuentran no sólo en nuestras periferias sino en todas las partes del mundo. La mesa del rico Epulón cada día es más grande, tiene más manjares, más sofisticados, pero tiene menos comensales, y la cantidad ingente de Lázaros tirados a la puerta del nuevo sistema es cada día más grande. Los Obispos en Aparecida reconocen que este gran abismo que se va creando entre pobres y ricos, ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social. Con ella queda afectada la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y desechables”.

 

La sociedad, conducida por una tendencia que privilegia el lucro y estimula la competencia, sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de pocos, no sólo de los recursos físicos y monetarios, sino sobre todo de la información, del poder y de los recursos humanos, lo que produce la exclusión de todos aquellos no suficientemente capacitados e informados, aumentando las desigualdades que marcan tristemente nuestro continente y que mantienen en la pobreza a una multitud de personas. La pobreza es hoy pobreza de conocimiento, de derecho a la educación, de posibilidades de salud y de acceso a las nuevas tecnologías. La pobreza hoy es exclusión, olvido y marginación.



 

Si bien es cierto que en la Biblia aparece muchas veces la riqueza unida a una vida recta, la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro nunca podrá ser considerada como una aceptación fatalista de un desorden donde los ricos siempre serán más ricos y los pobres siempre más pobres. No es una consolación alienante ni el opio que adormece y pone tranquilos a los pobres. Leerla así, es una caricatura del Evangelio. La Palabra es una denuncia de todo orden injusto y la revelación de las causas profundas de la injusticia. Y las verdaderas causas van a la concepción misma del hombre y de “sus hermanos”. Si no se piensa en hermanos, no se puede compartir la mesa. Sólo una mesa compartida es señal de hermandad. No se trata de dar migajas, ni acallar la conciencia dando desperdicios. No se trata de dar la vuelta al orden actual solamente para que los pobres aparezcan como nuevos “patrones” que opriman a otros pobres, sus hermanos. Se trata de crear un nuevo orden, un nuevo sistema, donde todos seamos hermanos.

 

Por eso, frente a esta inhumana globalización, sentimos un fuerte llamado para promover una globalización diferente, que esté marcada por la solidaridad, por la justicia y por el respeto a los derechos humanos, para hacer nacer la esperanza y el amor.

 



El Evangelio nos presenta una dinámica de transformación y de cambio en la que no valen las justificaciones para continuar en un mundo de injusticia. “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto”. Hay quienes cierran los ojos y ponen cortinas para no ver la realidad. O se escudan en que no pueden ellos cambiar el sistema mundial. Pero la transformación mundial pasa por las pequeñas acciones que hacemos cada uno de nosotros. Si nosotros no cambiamos el corazón, nunca podrá cambiar el mundo.

 

Muchos países se han propuesto lograr la llamada "Hambre cero", combatir el problema de las drogas, incrementar la alfabetización y eliminar la pobreza. Para alcanzar estos objetivos y reducir así la desigualdad entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de bienes básicos como la educación, la salud y la vivienda, es fundamental la transparencia y honradez en la gestión pública que, frente a cualquier forma de corrupción, favorecen la credibilidad de las autoridades ante los ciudadanos y son determinantes para un justo desarrollo. Sólo con un corazón de hermanos podremos logar una mesa para todos, una mesa de fraternidad. Como es el sueño de Jesús, como es la propuesta de Papá Dios: una mesa para todos los hermanos.

 

 

Dios nuestro, que has creado un mundo maravilloso y haces salir tu sol sobre todos los humanos, concédenos un corazón generoso para compartir la mesa, y ayúdanos para que no desfallezcamos en la lucha por construir tu Reino. Amén.

 







Compartir en Google+




Reportar anuncio inapropiado |